Habíamos quedado con el profesor en la puerta del museo Warhol. Un chileno, una francesa y la de Pamplona. Nadie más apareció. Cogimos el ascensor, pero aquel día no vimos Marilyns, Maos o Campbells, nos saltamos al popero y nos hizo bajar en otra planta. Él era profesor de fotografía y fotoperiodismo.
Era la primera vez que aquella exposición se mostraba en una ciudad de Estados Unidos, aparte de una primera vez en Nueva York. La sala era sencilla, pared, pared, pared. De lado a lado, pequeños marcos con fotos, uno tras otro, hasta cien. “Without Sanctuary: Lynching Photography in America”, se titulaba.
Primero vi una, perpleja, horrorizada. Luego otra, entrecerrando los ojos, intentando no verles las caras. Las imágenes, una, dos, tres, cuatro… eran fotos de linchamientos de hombres negros en Estados unidos desde 1870 hasta 1960.
Mirar aquello era un ejercicio individual, cada uno frente a la foto, respirando sin ruido, con una especie de pudor y vergüenza, asomándonos a aquellas escenas y cada uno recomponiendo puzzles en su cabeza intentando explicarse esa barbarie.
Lo que convertía aquellas escenas en algo icónico, poderoso y todavía más horrible era que muchas de ellas eran postales, tarjetas reproducidas cientos de veces para su distribución, souvenirs dedicados y con matasellos que habían sido enviados a familiares de otros estados explicando o celebrando la escena con lenguaje a veces soez y obsceno que no tengo ganas de reproducir. En algunas imágenes la gente se arremolinaba alrededor de la escena, hombres, mujeres y niños, y miraban o sonreían a la cámara, las caras quemadas por el flash, exhibiendo a la víctima. ¿Qué había llevado a hombres y mujeres a realizar semejantes actos de tortura y vejación a otros seres humanos? Entre 1870 y 1930, alrededor de 5.000 personas fueron linchadas por multitudes en Estados Unidos, la mayoría de ellos eran varones negros aunque también hubo mujeres y hombres de otras razas.
En una sala contigua sonaba sin descanso una voz, una canción. Ese día supe quién era Billie Holiday. Al principio no me pareció una canción especialmente bonita o melodiosa. Ella la cantaba como un poema, el piano eran solo notas leves a merced de su voz en blues. Intenté comprenderla musicalmente, buscaba en ella más ritmo, más agilidad, me parecía un poco lenta y agónica, hasta que me di cuenta de lo que contaba. “Strange fruit hanging from the tree”. “Árboles del sur/cargan frutos extraños/sangre en las hojas, sangre en la raíz/cuerpos negros se balancean en la brisa sureña. Strange fruiiiiitttt… hanging from the… “. “Pastoral escena del galante sur/los ojos abultados, la boca torcida/el aroma de las magnolias, dulce y fresco/y el repentino olor de la carne quemada.”
La canción es extrañamente bella y macabra, como el canto de sirena te seduce con voz profunda y cálida color chocolate, te cuenta despacio un hallazgo espantoso. Parece un poema bucólico que describe una escena campestre en el sur, pero te hipnotiza y desgrana, cada vez que vibra su voz, la descripción terrible de un hombre colgado de un árbol a la merced de los elementos. “Aquí está el fruto para que arranquen los cuervos/para que la lluvia tome/para que el viento chupe/para que el sol descomponga, para que los árboles dejen caer./Ésta es una extraña y amarga cosecha”.
———–
Hacía tiempo que no pensaba en aquellas imágenes ni en la canción. Desde hace unos días sigo haciéndolo, desde que llegaron las fotos de las dos niñas violadas y ahorcadas en Uttar Pradesh, India.
Las miro como ser humano, como madre, como mujer, da igual el orden. Escucho otra vez a Billie, palpita en mi sien. Me arrastra en las notas largas y me mezo en su garganta, vibro en su voz oscura, me sostiene un segundo… se para el piano en seco y me escupe de nuevo entre los dientes con rabia y dolor. ¡Shuup!
“StraaaanGGGe fruit hanging… from theeeeeee poplar trees”.
Las dos niñas, frutos pesados e inertes como sacos cuelgan de las ramas. Libres ya, su espíritu volando desde hace tiempo fuera de esta tierra infernal que a ellas les tocó. Mientras ellos, otra vez los de la foto, —y nosotros— nos asomamos sin pudor a esa escena que no nos corresponde, que no respeta su último y mínimo derecho a morir sin ser exhibido así.
Se calla Billie Holiday… y solo hay silencio.
—————————-
Southern trees bear strange fruit,
Blood on the leaves and blood at the root,
Black bodies swinging in the southern breeze,
Strange fruit hanging from the poplar trees.
Pastoral scene of the gallant south,
The bulging eyes and the twisted mouth,
Scent of magnolias, sweet and fresh,
Then the sudden smell of burning flesh.
Here is fruit for the crows to pluck,
For the rain to gather, for the wind to suck,
For the sun to rot, for the trees to drop,
Here is a strange and bitter crop.
Escrita por Abel Meeropol, 1939.
—————————-