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Diarios de mierda

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Acabo de cerrar ‘Así empieza lo malo’, la última novela de Javier Marías. Deseaba que no acabara nunca. Que el escritor prolongara esa magistral suspensión de las cosas tan suya y le diera carrete a la narración. Otras 500 páginas por lo menos. Seguir dando vueltas a lo mismo. A las vidas —es un decir— de Eduardo Muriel y Beatriz Noguera. Al joven De Vere. Al omnipresente profesor Rico, que salta de libro a libro. Nada pasa y pasa de todo en ‘Así empieza lo malo’, tan intensamente. Monumento al fingimiento, a la indiferencia, a la impostura, a la mediocridad… A la insatisfacción que casi asfixia. A la imperfección infinita de la vida. Qué tío el Marías, y qué personaje de novela él mismo: tan buen escritor de ficción y tan impostor en su no aceptar premios literarios, en sus odiosas y cargantes columnas.

‘Así empieza lo malo’ me deja suspendido…

Me saca del ensimismamiento el artista mexicano Soto Climent en una entrevista con Babelia: “En Zurich… como que me hacía falta un poco de mierda para sentir la vida”, se sincera al añorar su mastodóntica capital. Para ganar dos mundiales consecutivos y batir el récord de precocidad en Moto GP, Marc Márquez dice en otra entrevista que sólo pidió a Honda un montura imperfecta. Sentirla. Con ella, contaba recientemente, “sé que si se mueve no me voy al suelo”.

Estamos trabajando estos meses en el DF con El Gráfico, el diario popular de mayor circulación del país. Esta semana acabamos de rediseñar Primera Hora en San Juan, Puerto Rico, otro periódico sabroso y sudoroso, aunque no salchichero. Diarios ambos en las antípodas del pluscuamperfecto The Guardian y de todos los que —no sé bien por qué— acaparan anualmente los premios de la SND. (Me preguntaría ‘by-the-way’: ¿qué coño premiamos? Pero ésta es otra historia). Andamos sintiendo una determinada prensa, y por ahí viviendo la verdadera realidad de los diarios, que no es muy estimulante. Ni siquiera intensa. Más bien frustrante. Contradictoria. Intensamente.

Los periódicos que no admiten margen de error en su puesta en página son tan admirables y herméticos como los robots. De pura perfección, asustan. Yo me quedo con los diarios que sudan, con los abigarrados, con los que nunca sabes por dónde te van a salir. Con los quebrados. Con los que mezclan colores estridentes. Con los que equivocan un formato y no pasa nada porque eso jamás le importó a ningún lector. Con los más feos…

Me quedo —creo que me repito— con esos diarios, sí, que son los más humanos.

Marías, Soto Climent, Márquez. El DF. Diarios. Vivir. Es todo la misma mierda.


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