En Albarracín, hacia finales de junio, puede darte un siroco importante. Y acabas escribiendo cosas como ésta:
Halvarracín se escribe con hache y uve porque me sale del forro, o de la pilila, que es la palabra del verano. En Halvarracín cuelgan pililas de todas partes: de las páginas de los cuentos infantiles, de las pinturas rupestres, de los periódicos. A las pililas les sale del forro colgarse de donde quieran. He visto aquí pililas pelirrojas y pililas azules con forma de globo que explotan, porque en Halvarracín las pililas pueden adoptar formas prodigiosas, cualquier forma imaginable o inimaginable: de botellín de cerveza, de balón de fútbol, hasta de martillo venerable. Me entero en Halvarracín de que existen pililas disociadas o hipermetrópicas, medias pililas que buscan a sus otras medias, pililas de mosca desintegrada que sólo se pueden ver al microscopio, pililas que orinan donde no deben y que corren el riesgo de que ser cortadas, pililas tropicales y desérticas, pililas muy escondidas que hay que descubrir, pililas con sabor a sushi o que hablan solas, pililas que quieren abrir una ventana… Todas, todas son pililas buenas, asegura Aitana. No hacen daño. Sólo se ponen tiesas. Algunas veces piden que se la casquemos, pero nada más. Desahogarse un ratito, pobres: 4 minutos y 33 segundos, que en Halvarracín duran dos minutos en fracciones de 30 segundos. A ver. Como en Halvarracín los diarios tienen pilila, los ejemplares se agotan muy rápido: la gente te los quita de las manos, los devora. Qué gusto da ser periodista aquí. Menos mal que nunca llegué a Albarracín, al dichoso curso ése de ilustración y diseño gráfico. Debe de ser un aburrimiento.
PD. Texto publicado como editorial en una de las tres revistas realizadas en el taller que acabo de dirigir durante el IX Curso Internacional de Ilustración y Diseño Gráfico titulado ‘El ruido, el silencio y todo lo demás’,organizado por la Fundación Santa María de Albarracín y dirigido por el ilustrador Isidro Ferrer y el escritor Carlos Grassa Toro.