Este señor no es Angelina Jolie sino Alfredo Landa. La imagen es de Jordi Socías y fue tomada hace cinco años. La publicó El País en portada el otro día, al informar de la muerte de Landa. Me gustaría que os fijarais en sus ojos, en los ojos acuosos del actorazo navarro. Vete tú a saber por dónde andaban entonces, qué miraban sin mirar. Vete tú a saber por qué remotos andurriales andará hoy el bueno de Landa.
Angelina es una mujer guapa, Alfredo era bastante feo. Qué extraño mecanismo me ha hecho vincularlos esta noche no lo sé. Quería hablar de lo de Angelina, de su doble mastectomía preventiva. No sabía cómo. Los ojos de Alfredo me han ayudado.
El mundo y Brad Pitt saludaban ayer el coraje de la actriz de 37 años. Según los médicos y lo que he leído, la presencia de un gen defectuoso en su organismo le hacía tener un 87% de posibilidades de desarrollar cáncer de mama. Al parecer, ese riesgo se ha reducido ahora a un 5%. Por ese mismo gen, Angelina Jolie sufre un alto riesgo de padecer cáncer de ovario: el 50%. Ya planea extirparse también los ovarios.
Nada que decir, naturalmente, sobre una decisión tan íntima salvo alegrarme de que la paciente se haya recuperado y esté bien. Estaba sana y sigue sana. Sin embargo, no puedo evitar seguir mirando los ojos de Alfredo Landa, que son los de Paco el Bajo, aunque ya no son. ¿Qué maldito gen defectuoso se lo habrá llevado? Por un momento, se me ha despertado una curiosidad morbosa. ¿Tendré yo también uno, dos, cien genes defectuosos? ¿Cuáles? ¿Cuál es mi riesgo de padecer cáncer? ¿Qué tipo de cáncer me espera, qué muerte probable, cercana o lejana? ¿Qué he de cortarme o extirparme o mutilarme para atajar ese riesgo?
Como me entraban tantas dudas, he decidido cortar… la espiral morbosa.
Gay Talese decía este domingo en El País que lo que de verdad le interesan son las historias de perdedores. No los momentos de gloria de un campeón del mundo sino “las heridas que dejó la derrota en su alma”. “El deporte trata de gente que pierde”, le decía a Eduardo Lago. ¡Cuánto sabemos de esto este año precisamente! No es sólo el deporte: la vida trata de gente que pierde. El riesgo de perder —de perder la vida— es del 100%. Ojalá tuviéramos sólo un gen defectuoso para extirpar. El problema es de origen y afecta al paquete completo, que está condenado pavorosamente al fracaso: nos fabricaron defectuosos (afortunadamente, esto lo digo yo). Una ruina. No hay nada que hacer. Ni siquiera Angelina Jolie puede luchar contra eso. Paco el Bajo y Angelina no se diferencian en nada, salvo en que uno es feo y la otra guapa (aunque esto daría mucho juego, ya hablamos del tema en el post anterior). Ambos son perdedores.
Bueno, sí, en realidad sí hay algo que hacer: me parece crucial no caer en la paranoia.
Salir a la calle cada mañana. Cerrar los ojos. Dejar que el frío, la lluvia y el viento de Pamplona que no cesan te corten la piel, te despierten quieras o no quieras. Abrirlos, abrir los ojos entonces y mirar con la mirada perpleja de Alfredo Landa. Agradecer el milagro de la mañana, de esta modesta mañana, de esta única mañana, precisamente. No hay otra. Desperezar el día y disponerse a recorrerlo junto a millones de personas que están en lo mismo que uno. Con ellas y con sus genes defectuosos coexistimos hoy fugaz, íntima, solidariamente. Somos estrellas, aunque no de cine. “Una buena historia nunca muere”, dice el maestro Talese. Ésa es mi secreta esperanza: contarla. Contarla —defectuosamente, seguro— y no morir nunca.