Quantcast
Channel: Erreadas
Viewing all articles
Browse latest Browse all 272

La camisa o la vida

$
0
0

Hoy he tirado a la basura mi camisa preferida. Por la mañana, la he buscado en el armario sin dudar. Tenía una cita con el alcalde en rueda de prensa y, como otras veces cuando toca dar la cara con una cierta formalidad, he sido conservador. Parte de un guión no escrito, íntimo y recurrente. Como cuando un futbolista va a saltar al campo, que pisa el césped primero con la pierna izquierda, o con la derecha, y se santigua y no sé cuántas cosas más. Un domingo, un miércoles, otro domingo. ¡No todos los días comparece uno con el alcalde!

Mi camisa favorita no tiene —o no tenía— nada de particular: delicadas listas azul pálido y blanco, no muy marcadas; cuello semirrígido sin botones. De marca, un poco cara. Tengo debilidad por las camisas… Es curioso caer en la cuenta de cómo uno se siente cómodo con una camisa y no con otra. Y que, por tanto, da a esa camisa un uso mucho más frecuente, exponiéndola a lavados y planchados, adelantando su ruina. Al final, más temprano que tarde, pasa lo que tiene que pasar: esta mañana, al sacarla de la percha, me he fijado en que mi camisa favorita tiene —o tenía— el cuello raído. Una pena, he pensado, una camisa tan bonita como ésta no merece arrastrar su vejez ajada, habrá que jubilarla hoy, precisamente hoy.

¡Cómo me ha costado deshacerme de mi camisa favorita! Es un pedazo de vida el que se va con ella, con cada prenda que te ha acompañado en viajes a países remotos, que ha escuchado conversaciones en idiomas extraños, o incluso en el propio, que se ha empapado de humores, sudores. Recuerdo que de chaval me pasaba lo mismo: aquel jersey con el que ingenuamente esperabas que ella se fijara en ti, y que acabó en la basura sin nada reseñable que contar.

Como con la tipografía, hay camisas y camisas. Las hay para hablar en público con el alcalde a tu vera, para reírse confiadamente, para formar parte de la tribu, para desplegarse como un pavo real, para sudar, para casarse, para hacer un examen. Tirar a la basura una camisa es un acto de desprendimiento muy serio, una renuncia mayúscula, en caja alta. Significa, en el fondo, pasar página. Con ella se ha ido un trocito de ‘javier errea’, aunque quizá es mejor no echarlo de menos.

En eso las camisas se parecen también a los periódicos. Botar a la basura un periódico nunca da pena, pero las camisas, como los periódicos, dicen, cuentan. Cuentan muchas historias. Hoy, me gustaría recuperarlas todas, de la primera a la última (camisas e historias): desde la blusita que tal vez abrochó amorosamente mi madre el primer día de mi vida a esta última que acabo de tirar, mi favorita que ya no es. Bah, en realidad, he tenido muchas camisas favoritas. La vida es demoledora, afortunadamente, y si te he visto no me acuerdo.

¿Qué camisas vestía en 1988 y 1989, cuando compartía con Mercedes Baztán la redacción de Diario de Navarra? Ni idea. Vivía entonces el duelo de un gran amor abruptamente interrumpido y no tenía, supongo, la cabeza para camisas. Sí recuerdo, en cambio, a una joven reportera de la calle Olite —donde mi abuela— y expediente inmaculado —premio Garcilaso—; menuda, nerviosa, buena gente. Hablaba a la velocidad del rayo y así de rápido quería ir a Madrid, lo que consiguió poco después. En Madrid ha vivido este cuarto de siglo que ha volado, se fue. Me impresiona leer su obituario. Otro compañero más de esa redacción. Mercedes acaba de fallecer con sólo 49 años.

También ha muerto —un día después— Javier Tomeo, escritor aragonés, aunque a los 80. Inclasificable, Tomeo dedicó toda su vida a crear monstruos, que es lo que tratamos de hacer en Chodes con Grassa Toro y Pep Carrió hace justamente un mes. Monstruos para tratar de entender esta puta vida que se va botando cada día, raída, como las camisas. Tomeo no encajaba en el mundo y, a cambio, escribía a diario, sin tregua. Tiraba palabras. Especialmente —leo— por las mañanas, “cuando aún todo es posible”.

Ahora es de noche, y de noche nada o casi nada es es posible. Uno de los poemas inéditos de José Bergamín, publicados este domingo por El País, me sobrecoge nocturno:

“No es lo mismo decir “Dios”
que “mi Dios” o “Dios mío”.
Aunque lo digas tres veces
no dirás nunca lo mismo.

Decir “Dios” es inventarlo.
Decir “mi Dios” es mentirlo.
Decir “¡Dios mío!” es dolerse
de Dios o pedirle auxilio”.

Esperando aterrado la luz del día, siempre me acordaré de la camisa que llevaba el día que murieron Mercedes Baztán y Javier Tomeo.


Viewing all articles
Browse latest Browse all 272