Después de dar la vuelta a las miserias del mundo delicadamente en 45 minutos, la pregunta de Ángela a Paul Hansen es puñetazo en la boca del estómago, estalla: “¿Tienes hijos?”
Es la mejor pregunta. La que había que hacer. La que no se hace nunca. La ganadora. Ya no se hacen preguntas así en las ruedas de prensa. (Ya no se hacen preguntas en las ruedas de prensa). Una pregunta con las tripas y a la tripa. “Sí, dos”, responde finalmente el sorprendido fotógrafo, ganador del premio World Press Photo 2013. “¿Y qué les cuentas, qué les dices del mundo?”, vuelve a preguntar Ángela, tan fresca. Vaya tela.
Hansen trabaja en Estocolmo, en Dagens Nyheter, el 90% de su tiempo. Persiguiendo ministros y otros tipejos con corbata. Un día decidió no hacer más fotos de drogadictos “porque se mueren todos y es insoportable”. Otro día, en Palestina, recibió una llamada en el móvil: “Te has llevado la llave del candado de mi bici, papá”. En el infierno, que no está tan lejos del cielo sino sólo al otro lado de la puerta, el fotógrafo llora y también ríe. “Si no ríes, si no lloras, ¿qué haces allí?”, le explica a Ángela que le cuenta a sus hijos. El corazón de los fotógrafos late en la yema del dedo índice.
¿Qué les cuentas a tus hijos? ¿Qué les dices del mundo? La pregunta de Ángela me sigue rondando al final de este ÑH10 que ha venido celebrándose en Barcelona jueves y viernes. Contar el mundo a nuestros hijos: ése es el tremendo, el formidable combate que cada día han de pelear los diarios. Ojo, no otro. Pues bien, sólo podrán librarlo si se dan cuenta de una puta vez de que eso pasa por invertir no en aburrida tecnología ni en cantos de sirena sino sencillamente en sus periodistas.
En periodistas que sepan hacer preguntas como las de Ángela.