61 y uno hacen 62.
Un año son —han sido— exactamente 62 entradas. Ni más ni menos. Puede parecer poco o mucho. Depende. En cualquier caso, eso es lo que ha dado nuestro blog en 2013. Es nuestra cosechita. Un poco más corta que en 2012, todo hay que decirlo. No sabemos si más o menos sugerente.
Revisaba precisamente lo escrito el mes de diciembre pasado. Hablábamos entonces de búhos, de ciudades curvilíneas y de Niemeyer, de salas de redacción galácticas o simplemente humanas, de diarios imperfectos. De putos folios y de cómo los llenaríamos. De quién sabe qué alumbramientos periodísticos. De nacimientos. 2013 se acaba, como se acaban todos los años. Nada de particular tiene el asunto. ¿Es noticia que se acabe un año, debería ocupar la portada de un diario? Esta mañana hemos brindado con el cava que ha traído generosamente —como siempre, como todo— Miguel Ángel. De las burbujas de ese espumoso servido en vaso de agua al concepto de noticia va un trecho cortito, como el lapso de un año, como una vida. Un año. Aunque siempre hay motivos para brindar y alegrarse, para estar agradecido. A esa misma hora, como hace un año Laura y Álvaro, otro diciembre gris, Nerea dilataba. Cuando escribo estas líneas, ya es madre, madre por vez primera, lo cual sí es noticia. Y no una cualquiera ni irrelevante. El niño de Nerea, Jon, es una bobina de papel y 2014 las planchas y la tinta con las que comenzará a imprimirse su historia, su memoria. ¿Qué habremos escrito el próximo diciembre?
A instancias de Miguel Ángel, elegí el documental ‘Pura vida’ como la mejor pieza periodística de 2012. Sin que me lo haya pedido, digo ya que la mejor pieza de 2013 se titula ‘Relatos de plomo’ y tampoco se ha publicado en un diario. Es un libro. 600 páginas. La primera parte de una obra monumental cuya segunda entrega está prevista en 2014. La historia del terrorismo en Navarra. 190 crónicas, una por cada uno de los atentados sucedidos entre 1960 y 1986. Y 25 entrevistas inéditas a familiares de víctimas que leo como un bofetón. Algunos mataban, otros jaleaban bravucones, los muertos —tantos— eran poco más que un breve de periódico, sus familias huían abandonadas, casi todos callaban y miraban a otra parte, y nosotros bebíamos cerveza en las llamas del Casco Viejo, ajenos, insensibles, cobardes. ‘Relatos de plomo’ deslumbra por eso: no por su rigor y pulcritud —abrumadores—, sino sobre todo por no aventar aquellas llamas. Es un acto de justicia —periodística, documental, humana—, aunque lo mejor es que se mantiene todo el tiempo en el dificilísimo territorio de la serenidad. Anímica y lingüística. El director y alma de la obra, Javier Marrodán, reporteó y fumó mucho en su vida anterior; ahora enseña en la universidad y sube montañas. Antes hacía acopio de nicotina y ahora hace se come el oxígeno a bocanadas con unos pulmones anchísimos. Todo lo ha hecho siempre, como Miguel Ángel (Jimeno), generosamente. Desde la cima, como Iñaki, Iñaki Ochoa de Olza, a quien conocía y admiraba, se deben de divisar otras anchuras… Terco como una mula cuenca, delicadamente ribero, Javier elige bando y no lo oculta. Pero no hace aspavientos: vive y escribe como Iñaki escalaba, más bien en silencio. Discretamente. Por eso, digo, ‘Relatos de plomo’ conmueve. Como conmovía ‘Pura vida’. ¿Pura coincidencia? No lo creo.
Con motivo del VI Congreso de la Lengua Española, celebrado en octubre en Panamá, Winston Manrique Sabogal pedía en El País a 20 escritores hispanohablantes que eligieran las palabras más “autóctonas”, las que mejor reflejaban sus países de origen. Al calor de las palabras, el argentino Juan Gelman escogió —claro— “boludo”; el chileno Antonio Skármeta, “patiperro”; Laura Restrepo, de Colombia, “vaina”; el mexicano José Emilio Pacheco, “pinche”; el panameño Carlos Wynter Melo, una belleza: “sinvergüenzura”; Iván Thays, de Perú, “huachafo”; “bregar” la puertorriqueña Mayra Santos-Febres; “olla” la dominicana Rita Indiana Hernández; y el venezolano Rafael Cadena, “bochinche”, entre otros. Cada cual, con su explicación oportuna. El reportero denominó este gabinete de prodigios lingüísticos “Atlas Sonoro del Español”. Siempre me ha fascinado la inagotable plasticidad de nuestra lengua. Lo diferente que ‘suena’ aquí y allá, y sin embargo lo formidablemente única que es. Lo que nos une a 400 millones de personas en dos continentes. Por ejemplo, a las argentinas les turba escuchar ese “tú” que a nosotros nos parece tan duro y prosaico; los españoles, en cambio, nos morimos ahí mismo cuando una argentina nos contesta “para vos”. El idioma es conmovedor, por eso el relato sereno es tan importante.
¿A dónde quiero llegar? Estando en Salta —al norte de Argentina— hace pocos días, nos cruzamos con dos rótulos conmovedores. El primero informaba de plazas vacantes en el acceso a un céntrico solar de aparcamiento: “Hay lugar”. No una lucecita verde, ni un impersonal “Libre”, ni un “Quedan plazas libres”; no, apenas un amplio y acogedor “Hay lugar”. Pocos metros más adelante, el segundo presidía una tiendecita-taller de comercio justo protagonizado por mujeres salteñas: “Objetos de agrado”. No decía “Regalos para acertar” ni otras promesas consumistas de similar calaña; no, tan sólo “Objetos de agrado”. El mejor nombre para un diario lo encontré en el sur de la India, en idioma malayala: Manorama, es decir, todo aquello de lo que vale la pena informar. El mejor nombre para un comercio de regalos y la mejor manera de informar de plazas vacantes en un aparcamiento los he encontrado en español, en Salta, al norte del sur (otra vez al norte del Sur).
2014, al otro lado de 2013… Ojalá que en los putos folios en blanco del año entrante haya lugar para éstas y otras historias que nos conmuevan. Para el segundo volumen de ‘Relatos de plomo’. Para el pequeño Jon, que ya ha roto a llorar y que pronto aprenderá a sonreír y a otras cosas. Para viejos y nuevos diarios llenos de coraje. Para profesionales nada cínicos que aman este oficio artesano y que, por eso mismo, saben escuchar y agradecer, que no es sino manifestar —decir— el agrado.
Sí, Jon, el periodismo puede cambiar el mundo en 2014.