De regreso, siempre es el mismo ritual rutina. Primero, por favor, vacío la maleta: la ropa sucia pasa de la bolsa de plástico de la lavandería del hotel a su cubo, un cubo de paja de color marrón plantado desde que tengo memoria en la terraza de la cocina. Después, alineo como una baraja la pila de periódicos que ha viajado conmigo. Elimino dobleces, los ordeno por cabeceras y por días de la semana. Los meto todos en la bolsa de lona verde que dejo en la sillita verde del dormitorio. Me la llevaré al día siguiente al estudio. Repaso rápidamente la sala, la propia cocina y el cuarto de los chicos. Recojo. Siempre hay algo que recoger: la manta blanca y los mandos de la Play Station hechos un ovillo en el sofá, por supuesto el cedé del juego fuera de su estuche, el iPad sin funda y la funda sin iPad en el otro extremo de la casa, dos o tres pares de calcetines regados por el suelo… Sí, me lo tengo que hacer mirar.
Cuando me tranquilizo, sólo entonces, avanzo al rincón de los mejores periódicos del mundo, que son como dije los dos que yo leo. Me esperan, siempre me esperan. Repletos de letras que podrían haberse ordenado de otra manera, pero que se han ordenado de una muy precisa, la suya, y así me cuentan lo que me tienen que contar. No importa cuándo los lea. No caducan. En eso, también, los periódicos impresos aventajan a los periódicos digitales.
El sábado pasado José María Romera tituló su colaboración semanal en Diario de Navarra ‘Dieta’. ‘Dieta’ me esperaba en el rincón, junto al café, el pan y el vino, en su página 14, vertical y estrechita, a una columna. Sin prisas. Me hubiera gustado escribir ‘Dieta’. Dice así:
“Ser poseído por la actualidad —escribe Milan Kundera— es ser poseído por el olvido. A menudo, al lector de periódicos le asalta la impresión de que el ejemplar del día actúa como una losa que entierra todos los anteriores. La dictadura de la actualidad ha engendrado en nosotros unos automatismos de respuesta a las novedades que nos hacen atender boquiabiertos a la última noticia sea cual sea su entidad a cambio de ir desentendiéndose de los asuntos que poco antes nos mantenían en vilo. Lo dice bien Elías Canetti: “Periódicos, para olvidar el día anterior”. Así que preguntarse por algo que tiempo atrás fue material de portada se considera fuera de lugar. Lo reciente vale, lo pretérito envejece a toda velocidad. Y la información acaba siendo una mercancía de usar y tirar, una sucesión de espasmos instantáneos y fugaces, una carrera de relevos donde los acontecimientos se pasan el testigo unos a otros de manera enloquecida.
Todos debiéramos someternos de vez en cuando a una dieta de información. No solo nos daríamos cuenta de que es posible vivir sin tener presentes muchos de esos sucesos estrepitosos que abren los telediarios, sino que aprenderíamos a dar a los hechos el valor que les corresponde, a anteponer lo importante a lo urgente y lo esencial a lo actual. Pero, sobre todo, nos fortaleceríamos frente a las maniobras de un poder que conoce nuestra debilidad y fabrica noticias a destajo con el fin de tapar noticias pasadas cuando éstas le son adversas. Hacer dieta de información es una manera de hacer memoria. Mientras unos elaboran relatos fulgurantes para desviar nuestra atención y mantenernos pendientes del marcador del último partido, volver a la hemeroteca para rescatar lo que ocurrió meses antes se convierte en un acto de audacia. Y de rebeldía. Uno coge un periódico de otra fecha creyendo que sólo contiene género caducado, pero de repente se da cuenta de que ahí reside la verdad. Frente a las ráfagas de sucesos cegadores del ahora, a veces el recuerdo del ayer nos devuelve la luz y la vista”.
Hasta aquí ‘Dieta’. El lunes volví a salir de casa.
Salgo ahora de una sesión de focus groups, la tercera en tres días. Me avisan por whatsapp de la despedida de Pedro J. No creo en los focus groups. Me invade una extraña sensación de orfandad. Los focus groups me dan pánico por los destrozos que causan. ¡25 años, han pasado 25 años! Si por los focus groups fuera, este oficio viviría de ráfagas y se iría al carajo. No imagino mi profesión sin Pedro J. Ramírez, me cuesta. Sobran focus groups y faltan huevos. No imagino ningún otro periodista español cuyo adiós haya provocado tal tráfico furioso en el whatsapp familiar.
Pedro J. Ramírez ha dicho adiós a la redacción de El Mundo. A su pesar. Pero en plena forma. En tirantes y bajo los focos, dominando la escena. A raticos emocionado. Aún enamorado de este oficio. Adicto sin remedio, como Fernando Múgica, que tiraba fotos al fondo: “Si de mí dependiera, sería director de El Mundo toda la vida”. Se ha despedido sostiendo un fajo de portadas, leyendo sus títulares uno por uno. Pura memoria de estos 25 años. Luz sin fecha de caducidad. Contando una historia que me ha tenido pegado a la pantalla del ordenador 35 minutos. Qué tío.
Recomiendo ‘Dieta’ a muchos gurús de pacotilla, a empresarios impacientes y desnortados, a ejecutivos de mercadeo sabelotodo. Recomiendo ‘Dieta’ a los periodistas que dudan, para que crean. Recomiendo ‘Dieta’ hoy a Pedro J., cegado acaso por la noticia de su despedida, y sobre todo mañana, cuando haya recobrado la vista.
¿Qué otras dietas esperarán a mi regreso esta vez en el rincón de los mejores periódicos del mundo?
PD. http://www.elmundo.es/television/2014/01/30/52ea9d84ca474113658b4579.html