En Spui, en una esquina muy transitada del centro de Amsterdam, se me vienen encima los tranvías de abril y Athenaeum.
Athenaeum es una isla de papel que emerge entre canales. Está repleta de diarios y revistas —y de algunos buenos libros—, pero no es un quiosco al uso ni desde luego una librería. Athenaeum es un nieuwscentrum, palabra holandesa de innecesaria traducción. La compraría ahora mismo para incluirla en nuestro diccionario. Me gustaría abrir muchos nieuwscentrum en nuestras ciudades.
Con la boca abierta y los ojos como platos: en Athenaeum hay revistas que se llaman Fuet o Milk y otras muchas que también hablan comida. Soy un náufrago perseverante y afortunado que al desembarcar en la isla no sabe por dónde empezar… ni acabar. Voraz, compulsivo. Me pongo morado, no paro hasta que duele. El estómago y la billetera. Elena y los chicos se ríen. La encargada no se lo cree. Más tarde, distribuimos kilos entre las cinco maletas. En el avión ya no soy náugrafo sino contrabandista. Siento la secreta satisfacción de haber colado mercancía peligrosa.
El número 33 de Idpure, suiza, donde encuentro a Mirko Borsche. Los números 2 y 3 de The Gourmand, “a food and culture journal”, con su majestuosa Cheltenham. Sus portadas son como las de los trabajos que hacía en el colegio. Se montan las fotos sobre un verde intenso. Y Virginia Woolf: “Uno no puede pensar, no puede amar, no puede dormir bien sin haber comido bien”. Y George Bernard Shaw: “No hay un amor más sincero que el amor por la comida”. Se edita en Londres. Le encantaría a Pablo. Flow trae stickers, papeles charol y desplegables. Desde París, el número 3 de The Shelf, que practica un riguroso culto al estante: no perderse su página de índice. Todas las imágenes reproducidas se apoyan en baldas. Aunque me quedo con su escalímetro perpetuo: en cada pie de foto se incluye un sencillo gráfico que permite hacerse cargo de las proporciones de las publicaciones reseñadas. Saber si son grandes o pequeñas, vamos. Cereal (números 3 a 5) llega también del Reino Unido. Es cuatrimestral, blanca e inmaculada, “in pursuit of food and travel”. Me habla de entomofagia en elegante Garamond. Resulta que no hace mucho comí gusanos fritos en México. Lucky Peach es estadounidense. Nada que ver: comida callejera. Soigneur es como Bahamontes, aunque holandesa, de Rotterdam, cuna del ciclismo y del inolvidable Zoetemelk. Escribe Peter Winnen y en su séptimo número recuerdan a Pantani. Diez años ya, buf. Uppercase, canadiense, busca creativos y curiosos. Un poco pretenciosa. En Eight by Eight, donde colabora John Grimwade, el fútbol se juega con esmoquin. Vaya lujazo.
En la isla de Athenaeum reina la Collis, que es una tipografía exquisita de la casa holandesa Enschedé Font Foundry diseñada por Christoph Noordzij. Me la descubrió Rafa Esquíroz, quién si no. Ah, Enschedé: Bram de Does (Lexicon, Trinité), Fred Smeijers (Renard) o el mismísimo Mário Feliciano (Geronimo). Qué suerte tienen los holandeses. En Holanda —y en la Bélgica flamenca— circulan diarios elegantísimos que emplean tipografías de Enschedé o de Unger, por ejemplo, y que me gustaría haber diseñado: NRC, De Volkskrant, Het Parool, De Morgen. Todos ellos están en Athenaeum. Tras una revisita, los meto también en la maleta.
Nunca había visto nada igual. No soy Richard Turley ni Diego Areso. Sólo soy de Pamplona. Sigo haciendo la digestión. ¿Al final va a resultar que, a pesar de los indicios, Athenaeum no es un nieuwscentrum sino una meca gastronómica? La digestión no se me hace pesada en absoluto. Hecho un ovillo en el sofá, adormecido, ya no sé bien qué quería contar. Quizá, compartir un vigoroso optimismo. En Athenaeum entiendes que hay que comerse literalmente el papel. Y que hay existencias para rato.