Podría ser un bar cualquiera de un hostal de España (y lo es). España no es el único país del mundo en el que se hacen exposiciones en el bar de un hostal. Tampoco el único en el que exponen los artistas o aficionados locales con la esperanza de que algún extranjero encuentre en sus cuadros el lado exótico que le faltaban a sus vacaciones.
En cualquier caso, este es el bar al que suelo ir una vez por semana a comer mi bocadillo de lomo en manteca con tomate rallao y mi cervecita. Es un pequeño placer de la semana, en el que disfruto de la lectura tranquila del periódico nacional y local, y de un café gigante, en vaso con asa, lo que le da al lugar un aire más señoril (que no señorial).
En este bar se expone y se vende cuadros constantemente. En la bahía de Cádiz hay muchos pescadores, pero desde que vivo aquí he descubierto además a muchos aficionados a la pintura. Los hay que practican el bodegón, el desnudo, que se acercan al impresionismo e incluso al arte abstracto, aunque la mayoría pintan paisajes. El mar (por qué será), la arquitectura y el cielo son, creo, los temas favoritos. En una ocasión compré aquí una pequeña acuarela que representaba un lugar muy señalado de El Puerto, el embarcadero del vapor, en la ría. La escena, bastante bien pintada, se basaba en una fotografía antigua que representa ese mismo lugar en los años 60. Mirar ese cuadro es dar un brinco en el tiempo y plantarte en un lugar con mucha más solera. Eso está claro.
En este mini-lapso republicano de hoy, entre la baja del rey y el alta de su heredero, la exposición de hoy en mi bar estaba presidida –frente a la barra– por el Rey Juan Carlos.
Es el último cuadro que esperaba encontrar. He pensado que, a fin de cuentas, también hay retratos del rey en despachos, centros públicos, comisarías, incluso algún bar sin rebuscar demasiado. Y, ¿su firma? En todos los diplomas, certificados que tanto nos gusta exhibir. Todos ellos, imágenes que de un día para otro se convierten en otra cosa, que pasan a formar parte también del gabinete de curiosidades. He fantaseado con que quizá mañana estén todos en venta y con que los mercadillos del domingo estén repletos de ellos.
En el Larga 70, que así se llama el bar, hay un rey en venta. He preguntado a la camarera:
—¿Que se siente, con el rey delante?
Le divertía verme sorprendido. Lo que a mí me parecía un símbolo recién nacido para ella era un cuadro más de la exposición. Al salir del bar, el único cliente que quedaba allí, un chico de unos 12 años que venía a comprar pan, miraba el cuadro fijamente y parecía preguntarse qué demonios hacía eso ahí.