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Cosas serias

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La inminente salida de un diario en el que has venido trabajando los últimos meses sigue despertando en mi estómago algunas mariposas. Es tiempo de nervios y relativa incertidumbre: al final, claro, un diario siempre sale porque conoce el camino. Más o menos puntual, haciéndose o no de rogar, pulcro o descuidado, latino o escandinavo. De una u otra forma, las rotativas acaban escupiéndolo. Y yo no puedo evitar ese viejo conocido temblor al entresacarlo del carrusel, sin secar, aún calentito.

Pamplona, San Juan de Puerto Rico, Tampere, Oporto, Kalmar. Ahora, México. En breve, otra vez, San Juan de Puerto Rico, en ese Caribe que inflamaron Hearst y Pulitzer mientras modelaban la prensa moderna tal y como después la conocimos: fin del imperio español de ultramar. Sacar un diario impreso a la calle es algo muy serio.

Hay profesionales que nos miran por encima del hombro. Muchos. Hoy, por ejemplo, en Pamplona, un arquitecto; otras veces, antes, han sido médicos o ingenieros. También el señor Karl Lagerfeld, conocido diseñador de moda, nos mira así. Por mucho que proclame su amor por la prensa, ‘Karl Daily’, su última ocurrencia disfrazada de diario, es una muestra de falta de consideración. Tengo muchos, muchos millones, sacar un diario es pan comido, debió pensar. No pasaría de ser un estrambote más en su disparatada y egocéntrica carrera, si no fuera porque con los diarios no se juega.

El lanzamiento de ‘Karl Daily’ el pasado 20 de septiembre, coincidiendo con la semana de la moda de París, fue saludado con alborozo por críticos, publicistas y blogueros, que rindieron sus honores al octogenario y hasta quisieron ver en el experimento luces para salvar el periodismo impreso. Yo, más bien, no creo que su gata Choupette —presentada como columnista estrella— tenga nada interesante que decirnos. Además, regla número uno, un diario no habla de sí mismo. O lo menos posible. Y este ‘Karl Daily’ es un pesado monumento a la vanidad, un ‘selfie’ coñazo. ¿Por qué nos empeñamos en ser unos botarates fascinados?

Sí, un diario es una cosa seria. Comprar y leer un diario cada día es un acto de civismo. Hoy más que nunca. Debería ser gozosamente obligatorio, en casa y en las escuelas. Y, por ahí, amasaríamos una de las mejores herencias que dejar a nuestros hijos. A los míos les he hecho prometer esta semana que comprarán siempre uno —cada cual el suyo— cuando salgan de casa o cuando yo ya no esté. Uno serio, no el ‘Karl Daily’ ni ninguna de las otras fruslerías que inundan los quioscos. Porque convengamos que los quioscos están repletos de subperiódicos y subrevistas. Todos dicen lo mismo: ¡nada! Diarios, lo que se dice diarios, van quedando pocos. Y las sociedades no son lo mismo con o sin diarios de verdad. No van a ser lo mismo.

Financial Times es un diario muy serio, pero en su reciente cambio la maravillosa tipografía de Kris Sowersby se les quedó pequeña. Ser serio no quiere decir ser aburrido ni tomarse a uno mismo demasiado en serio, que en el fondo son la misma cosa y el mismo problema. Para ser serio hay que desdramatizar, ser capaz de hacer autochanza. Por ejemplo, el FT debería regalar a sus lectores unos lentes de aumento y reconocer con sorna que se quedó corto. Y después hablar seriamente de Escocia o de la deuda pública.

En fin, en un diario serio uno lee cosas serias como las que escribe Jordi Soler en ‘La vida sin cuerpo’: “Los ordenadores y los teléfonos que sirven para facilitar la comunicación entre las personas también nos simplifican esa comunicación, le restan complejidad y misterio, liman rugosidades y lo que queda es un intercambio liso de palabras; se trata, desde luego, de un intercambio preciso y eficaz, pero sin temperatura, demasiado expuesto, sin rastro, sin cicatriz, sin cuerpo”. ¿Se habrán enterado los maestros?

O como la profundísima entrevista de Javier Rodríguez Marcos a Adonis, el poeta sirio de 84 años, un clásico de las letras árabes, que me ha dejado rumiando, bastante noqueado: “¿La identidad? Según la noción al uso, la identidad es una pertenencia en la que es central el pasado: de una familia, de una raza, de un pueblo… Para mí, lo esencial es el individuo, aunque el individuo no se entiende sin el otro. La identidad es una creación perpetua, una apertura, no una adquisición. No se hereda porque el ser humano es una proyección hacia el futuro”. ¿Se habrán enterado los que pugnan por romperlo todo?

El de los diarios, como el de tantos otros, puede que sólo sea en el fondo un serio problema de identidad. Tendremos que hacérnoslo mirar a fondo. Al menos, leo que a Lagerfeld le gusta escribir cartas a mano: cicatrices. Yo ya pienso en la rotativa, tan carnal. Continuará.


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