Miguel Ángel Jimeno me pide que defina en una línea cómo veo yo la integración de redacciones, es decir, la fusión —por llamarla de alguna manera— entre las redacciones de papel y digital. Pienso con el estómago, que a veces extrañamente sí está conectado con la cabeza, y le mando mi visión en menos de un minuto:
“La integración papel-web en los diarios que conozco es forzosa (por las circunstancias), voluntarista (por las diferentes sensibilidades) y opcional casi siempre, y a costa del papel”.
MAJ me contesta de inmediato, divertido. Hombre, quien dice una línea dice dos o tres… En fin, una cosa breve, pero no tan breve. Lo que buenamente puedas.
Vuelvo a pensar con el estómago. Lo sigo sintiendo conectado con la cabeza. Le escribo este párrafo un poco más desarrollado en menos de cinco minutos:
“La integración de redacciones es una operación forzada por las cifras menguantes de una industria desorientada y falta de convicciones que dejó crecer el monstruo en su interior sin darse de cuenta de lo que venía. Ahora, trata de paliar aquel despiste mortal con operaciones cosméticas de pseudoarquitectura —animada por consultores de pacotilla y falsarios, añado, como si la solución fuese arquitectónica…— y arracimando equipos multitarea con fórceps. Se pretende llegar a más con menos, lo cual es una contradicción flagrante. La mayoría de las organizaciones deja la cacareada integración en manos de un pequeño equipo de periodistas de mesa y corta-y-pega, y todo lo más en algunos voluntarios sensibles a lo digital. Los más aventajados o poderosos han diseñado operaciones informativas complejas a costa del papel, que sigue trayendo la mayor parte de los ingresos. Jamás había visto tantos diarios pendientes de lo que clican las audiencias y de lo que se dice en las redes sociales y, sin embargo, tan al margen de las historias que realmente interesan y conmueven. Tantos periodistas encerrados en salas de redacción galácticas —y disparatadas, y que costaron millones, qué timo, añado— y tan pocos en la calle. Se dedican tantos recursos a experimentos con gaseosa que al final lo que importa queda desatendido. En fin, el meollo de la cuestión sigue estando en rentabilizar las operaciones digitales, cosa que de momento parece lejos de darse. Lo que me lleva a ser muy crítico y escéptico con la integración. De momento, soy partidario del juntos pero no revueltos. O, aún más, de los medios monomedia”.
MAJ lee este vómito y me contesta más rápido de lo habitual, que es mucho. No me has entendido o no me he explicado: lo que te estaba pidiendo es que me describieras cómo se ha hecho la integración en los diarios en los que has trabajado. Y se muere de risa. Me conoce.
Parece que tenía (yo) tantas ganas de vomitar (esto) que ni siquiera he leído con detalle lo que quería mi amigo. Le pido un poco más de tiempo. Dudo que salga algo muy diferente.
No, no me creo la integración de redacciones. No funciona. Y además rechazo militante la pseudoarquitectura millonaria y ostentosa de esas redacciones de consultor y catálogo. Por irresponsable. Por artificial: tan forzada es que las mesas circulares centrales, más propias de bar de copas o de naves espaciales, siempre están vacías.
El periodismo y los periódicos sólo pueden ser naturales. El dinero sólo debe gastarse en gente, no en muebles. Alguien tiene que protegernos de tanto disparate. Criptonita para los abusadores. ¡Supermaaaaaaaaaán! ¿Dónde estaaaaaaaaaaás? ¡Vuelve!