Vas y vuelves. Un diario, otro. Otro más. Anteayer, bañado por las aguas calentitas del mar Caribe, que saben a gloria en noviembre. Ayer, como quien dice, en la oscuridad invernal del polo norte cercano: viento y nieve de Finlandia. De repente, abierto al Atlántico en la Lisboa que recrea Muñoz Molina; en un abrir y cerrar de ojos, París, visto y no visto. Hoy, a dos mil metros, junto al zócalo mexicano y en clave popular. En breve, la frontera norte de Argentina, por donde arribaron los españoles…
Y es siempre lo mismo: el mismo pesimismo, la misma resignación. Las mismas ruinas.
Un tiempo no de cambio sino de ruinas. Esto vivimos. Todo se desmorona, no sólo los diarios. ¡Qué desagradable sensación!
Pero, al menos, ahí debemos estar nosotros, contándolo en primera línea. Enviados especiales a las ruinas del mundo de ayer, que todavía era mañana para Stefan Zweig. Gervasio Sánchez ha estado en primera línea y no tiene pelos en la lengua. El otro viernes zarandeó en Madrid a los asistentes del congreso ÑH11 Lo Mejor del Diseño Periodístico España&Portugal. A mí me repasó en la cara toda una vida, por tibio y por poco comprometido. A la profesión se la repasó también por no estar donde debe y sí por donde olfatea el dinero. Como las facultades de periodismo, añadiría yo, tan atentas a los focos, tan alejadas de la pasión por contar, que es el verdadero fulgor de este oficio.
Emilio Lledó ha obtenido el Premio Nacional de las Letras. Lo ha aceptado sin aspavientos, por cierto, allá los que buscan promoción con sus renuncias maleducadas y de pacotilla. Dice Lledó: “Obsesionar a los jóvenes con ganarse la vida es la manera más terrible de perderla”. ¡Ah, puto dinero!
Contar las ruinas, entenderlas… Y, sin embargo, los periodistas no acabamos de entender.
Una encuesta pone patas arriba el mapa político de la región donde vivo. Mi diario no es capaz hasta la fecha de presentar a los protagonistas de ese vuelco que vaticina el sondeo, que es lo que buscábamos en el rincón de la cocina este fin de semana. Repica las declaraciones de los portavoces habituales. Se aferra al ayer. Más sencillo aún: para representar el tema caliente de los viajes todo-gratis de diputados y senadores, no se le ocurre otra cosa que desplegar a doble página un avión de… ¡Copa Airlines, aerolínea de Panamá! Yo tampoco entiendo.
En agosto visité dos exposiciones, ‘Big Bang Data’ y ‘Metamorfosis’, ambas en el CCCB de Barcelona. Ahora he visitado otras dos en Madrid: ‘Ferran Adrià. Auditando el proceso creativo’, en la Fundación Telefónica, y ‘Sorolla y Estados Unidos’, en la Fundación Mapfre. La sensación es la misma, me quedo tranquilo: la vida no está en la empanada mental de Adrià, que no hay manera de entender, sino en las olas, el sol lateral, las velas blanquísimas, la piel bronceada, los juegos y hasta en la mirada adusta de los retratos americanos de Sorolla.
Tal vez, por eso, para entender, para no dejar de entender nunca, nunca, me aferro a los diarios de ayer, que son los de mañana. Estas pegatinas sorollescas son muestra de nuestra convicción.