Salgo de una exposición apabullante de Paco García Barcos (www.udermohr.com). La vida —pienso— es un collage a punto de desbordarse: densísimo, intrincado, delirante. Que rima con apabullante. Sobrecogen el griterío compactado en cada pieza o instalación, y la cripta helada escogida por el autor como sala de exposiciones. La mezcla no puede ser más aragonesa.
Una vez marché a trabajar de Pamplona a Zaragoza. 170 kilómetros y un río. Pensaba que navarros y aragoneses somos primos hermanos. Encontré, sin embargo, una distancia sideral que García Barcos ahora me confirma. Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales y con un máster en auditoría de cuentas, el artista dice de su muestra: “Es una especie de híper romanticismo ultraísta y surrealmente modernista que resucita los arquetipos del fondo del subconsciente. Aparecen objetos poéticos/simbólicos nacidos del encuentro fortuito de dos realidades dispares, la posibilidad del multiverso, la posibilidad de que seamos uno y muchos a la vez, pero que no siempre seamos el mismo”. No entiendo ni palabra. Soy de Pamplona.
La pregunta acude con toda naturalidad: ¿puede ser un diario de Zaragoza igual que uno de Pamplona? ¿Por qué insistimos en clonar diarios? ‘The Hashis Book’, libro catálogo que reúne el universo de García Barcos, es como deberían ser los periódicos aragoneses: surrealistas, llenos de prodigios, asombrosos. Abigarrados. Caóticos. Como el Heraldo que encontré en 2001 y me empeñé en cambiar aplicando el kit del consultor. Error.
¿Son como deberían ser todos los diarios que hemos diseñado o rediseñado estos años? ¿Cómo debería ser el futuro Libération?
Hay que hacer la guerra a la globalización de los diarios.