“En la era del contagio informativo, compartir una noticia es más importante que consumirla”, escribía Daniel Verdú en El País este domingo. No importa qué sea: sólo importan los ‘like’, los ‘share’. Compartir. Que te retuiteen. Acumular seguidores. De cualquier clase y condición. Hasta los compañías periodísticas serias se bajan los pantalones y hacen seguidismo de los BuzzFeed y compañía, y de esta maligna fiebre viral que todo lo contagia.
No son conscientes estas compañías —los medios serios— de que por ahí se están haciendo el harakiri. No es verdad, por mucho que lo diga The New York Times en un informe, que ganar la batalla del periodismo signifique perder la batalla de los lectores. Puedo estar ciego. Sin duda, ando trasnochado. (Afónico de tanto gritar sí estoy). Pero algo me dice que nuestro oficio debe olvidarse de la viralidad y buscar —precisamente— lo inolvidable.
¿Qué merece la pena contar, denunciar? ¿Dónde hay que estar y con quién? ¿Cuándo se nos espera? ¿Cuáles deben ser nuestras prioridades y por qué? ¿En qué concentrar nuestros esfuerzos? ¿Cómo formarnos para ser testigos del fulgor, de tanta pura vida que se va quedando en los márgenes?
En definitiva, ¿qué es inolvidable? No a lo que se refieren un domingo tras otro los cronistas deportivos. No, desde luego, toda esa basura viral. “Inolvidable es que un enfermo condenado se salve”, le dice a Juan Cruz José Ramón Arribas, jefe de Enfermedades Infecciosas del hospital de La Paz, en Madrid. Por ejemplo.
Tenemos el privilegio de poder contar lo inolvidable. Que guste o se comparta, que sea trending topic, ¿a quién le importa?