Muchos años después, Hermann Zapf recordaría que su primera creación tipográfica no fue, como se cree, Gilgengart, para la firma D. Stempel AG de Frankfurt, en 1938. Y que tampoco fueron Rudolf Koch con su libro ‘The Art of Writing’ ni Edward Johnston con el suyo ‘Writing and Illuminating and Lettering’ los que despertaron su interés por la caligrafía y las letras en Nuremberg hacia 1935, tras una gran exposición homenaje a Koch, que había fallecido el año anterior. No. El autor de Palatino (1948) y Optima (1958), sus dos tipos archiconocidos y requeteversionados, los más plagiados de la historia, según cuentan los que saben, caería entonces en la cuenta de que todo se gestó en el jardín de casa, con sólo doce años. Cuando ideó un alfabeto, mezcla de cirílico y germánico-gótico, que nadie salvo él y su hermano entendían. Ocultaban así lo que se traían entre manos secretamente: un sistema de radio detección para controlar los accesos y otros lugares del domicilio familiar. Las alertas saltaban debajo de las sábanas, que es donde se traman las cosas importantes, y los dos muchachos se relamían de gusto y en su lenguaje.
En realidad, Zapf quería ser ingeniero eléctrico. Nada sabía él de letras. Pero las malas relaciones de su padre con el régimen nazi cortaron de raíz cualquier sueño universitario y el joven Hermann, que tenía mano para el dibujo, acabó de aprendiz en una imprenta. El resto de la historia es conocida o se puede leer con sólo teclear Zapf en Google: Aldus, AMS Euler, Aurelia, Edison, Kompakt, Marconi, Medici Script, Melior, Michelangelo, Optima, Palatino, Saphir, Vario, ITC Zapf Book, ITC Zapf International, Sistina, ITC Zapf Chancery, ITC Zapf Dingbats, Zapf Renaissance Antiqua, Zapfino… hasta doscientas familias, además de docenas de libros y ensayos sobre el arte y la hondura tipográficos.
Mi cultura en este punto es exigua: no sabía —lo reconozco— que detrás de la futurista e inevitable Zapf Dingbats de 1978 se escondía un alemán de carne y hueso cuya segunda vocación fue descubriendo desde 1934 y durante cuatro años en aquel taller de Nuremberg: crear letras hermosas. Y no cualquier tipógrafo, por cierto, sino uno de los más importantes del siglo XX, para mi sonrojo. (Hermann Zapf, pionero de la tipografía digital con su simbólica Dingbats, falleció en junio, poco antes del verano, a los 96 años).
¿Tendrán las letras algo que ver con la biografía de sus progenitores?, me preguntaba al leer el obituario de Zapf. ¿Por qué dibujaría precisamente ésas y no otras? Hijo de sindicalista, ingeniero frustrado, empotrado en una unidad de cartografía del ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial, Zapf perseguía crear letras hermosas, aunque a mí Palatino y Optima no me lo parecen, más bien al contrario. (También me pregunto por qué: por qué no me gustan unas letras y sí otras, por qué unas letras me gustan unas veces y no otras, por qué siento con las tripas que una letra le va a este o a aquel periódico y ninguna otra…). El portugués Dino dos Santos, por ejemplo, que es un tipo silencioso, trabaja muy rápido y reconoce que le salen mejor los tipos con serif: los más delicados, los más contrastados, ¿los más femeninos?, y que sin embargo las ‘sans serif’ o de palo seco se le resisten. Otro portugués, Mário Feliciano, bullicioso él, avanza con parsimonia y se encuentra cómodo en las zonas medias. Destaca por sus tipografías neutras, tanto serif como ‘sans serif’, formidables como cuerpo de texto, de las más legibles del mundo. Y, sin embargo, no le pidas remates ni arabescos. Un misterio.
El periodismo es ese insustituible oficio de contar las historias —bellas o terribles— que pasan en el mundo. Los periodistas son los insustituibles contadores de esas historias. Usan para ello palabras e imágenes. Y los diarios, letras como las de Zapf, Dos Santos o Feliciano, entre otros muchos: hermosas o ásperas, delicadas o desafiantes, acogedoras o severas, serenas o nerviosas… Se pueden contar historias tristes con letras tristes y también historias tristes con letras optimistas, incluso festivas. No será lo mismo, pero poder se puede. Hay tantos tipos como estados de ánimo, por lo menos, y tantos estados de ánimo como tipos. En cualquier caso, un diario le debe mucho, mucho a sus letras. En la muerte de Hermann Zapf, me parecía importante reconocérselo. A él y a todos los tipógrafos del mundo, orfebres bailarines a quienes admiro y envidio profundamente.