La vida son apariciones en medio de la mediocridad. Destellos apenas. Fogonazos. A veces deslumbran, a veces queman. ¡Y de qué manera! La vida es irse despidiendo cada día, o de cada día. Hay que aprender a decir adiós. Nadie sabe cómo retener las apariciones. Por eso, los diarios recogen la vida como nadie sabe hacerlo: nacen y se despiden, deslumbran o queman, y en seguida pasan a la categoría de inservibles, con permiso de Grassa Toro, que de hacer servir a las cosas (en papel) sabe un rato.
El verano circula a la velocidad del rayo. Ayer anocheció más temprano, mucho más temprano, y me di cuenta. Por primera vez este verano me di cuenta de que se va, de que ya casi se ha ido. Sería una gran noticia de portada. Ahora sé lo que va a durar este verano, como mi sobrino Miguel sabe ya lo que duran diez minutos: estoy jodido, como él, o a lo mejor es el verano el que está jodido, o ambos, o los tres.
Estas semanas de atosigante canícula he saboreado apariciones muy significativas. Algunas, en realidad, no las he saboreado tanto sino que han sido como un puñetazo en la boca del estómago: con forma anónima (cobarde, por tanto), mal educada y leonina, a modo de comentario, o con forma de tumor maldito que empañó el mar de Cádiz en julio. La mayoría fueron —afortunadamente— estrellas fugaces que me han hecho mejor persona, espero:
Vi limpísimos gráficos de barras en DiverXo: tiras de carne de distinta maduración que se sobreponían a cerdos volando y a camareros de buzo, en fin.
Me topé con Guillermo Nagore, de repente, que ha vuelto de Nueva York y se establece en la Fundación Juan March de Madrid.
Con Paul Strand, de quien ya he hablado antes, se hizo el silencio.
Cené en la Taberna der Guerrita, en Sanlúcar, con Miguel y Montse y los demás: delicadamente escondida desde 1978.
Después de la brutalidad alcohólica de Juan Gracia, volví por un momento a Ángel González…
Irrumpieron Matisse y los (sus) demás en Martigny, Suiza, apenas 17.000 habitantes, al final del periplo ciclista de cada año: en un lujo de fundación llamada Pierre Gianadda, ¡qué envidia!
Encontré la edición dominical del diario NZZ, con el aroma inconfundible de Mark Porter, y de paso el primer número de una revista espléndida que quiero ver despacio.
Con todo ese material se podría hacer un gran diario.
No he visto, sin embargo, el rayo verde ni nada destacable en los diarios de mi rincón este verano. Nada ha aparecido ni me ha deslumbrado, más bien al contrario, y eso me preocupa mucho. Porque ya va quedando poco verano y anochece más temprano. (Esta noche dicen que se podrán ver dos estrellas fugaces por minuto…).