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El editor ingenuo

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Todos los diarios abren hoy con fotos muy grandes y una catalana muchedumbre: la Diada. Aquí cada cual ve la película según le va o le interesa o puede; yo siento una entristecida e impotente perplejidad. Me froto los ojos y nada. Pese a su escala, las crónicas del 12 de septiembre de 2015 no dicen gran cosa, no me conmueven. Propongo a cambio ésta del 26 de marzo de 1939, que vio la luz en El Tiempo de Bogotá y que leía ayer en La Cala. Habla de concordia: “Pablo Emilio Mancera, el hombre que durante años publicó un periódico del que era el único lector”.

Osorio Lizarazo, su autor, cuenta en ella la historia del tal Mancera, editor de La Libertad, publicación nacida con el siglo, compuesta en una imprenta diminuta y a la intemperie, y de circulación furtiva. La Libertad costaba dos centavos. Su formato no era mucho mayor que la página de un libro. Jamás se imprimieron más de 500 ejemplares de una misma edición. “El primer propósito de La Libertad fue solidificar la concordia nacional”, asegura en su texto el cronista.

Descubro la increíble historia de Pablo Emilio Mancera en ‘Novelas y crónicas’, de José Antonio Osorio Lizarazo, un volumen editado en 1978 por la Biblioteca Básica Colombiana, con prólogo de Santiago Mutis. Osorio (1900-1964) la publicó primero en el diario Mundo al Día junto a otros textos periodísticos bellísimos, bajo el título genérico ‘Biografías de nadie’ (entre 1924 y 1927). Una década más tarde rescató esa producción para El Tiempo. Grassa Toro no tiene duda: es uno de los grandes cronistas colombianos del siglo XX. El contrapunto urbano y bogotano del rural y macondiano García Márquez. (Para mi pasmo, leo que Osorio Lizarazo integró el equipo fundador de El Heraldo de Barranquilla, viejo conocido nuestro, y que llegó a ser su director).

Desde ayer no me quito de la cabeza al esforzado editor Mancera, que juntó la dote de su esposa Carlina para comprar los tipos con los que componía La Libertad y después renunció a su empleo en la alcaldía porque no le dejaba tiempo suficiente para dedicar al periódico. Mancera no sólo escribía y componía su diario; también lo distribuía en persona y cobraba cuando buenamente podían pagarle. Se acostumbró a no comer. Como gran cosa, dos panelitas de leche y un pan de centeno. “En la profesión sólo encontré padecimientos y privaciones, pero al menos serví a mis ideales”, le confiesa a Osorio Lizarazo este periodista integrado y multimedia sin saberlo que se retiró con las botas puestas después de treinta años y un hijo, “la única acción personal que se permitió cuando descubrió que tenía una misión en la tierra”. Huelga decir que el hijo le salió rana.

Además de la Diada y sus imágenes gigantescas, los diarios recogen hoy la muerte a los 87 años de Alberto Schommer, al que muchos se refieren como el “fotógrafo de la transición”. Tiempo tal vez de impostura, como dice Javier Cercas, pero sobre todo de concordia, creo. Me pregunto qué retrato psicológico de la Diada hubiera hecho Schommer, para quien la fotografía era un acto de amor, pero aún más cómo sería el del ejemplar y futurista Pablo Emilio Mancera.


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