Ha muerto Josetxo Moreno y yo regresé del sur sin ver el rayo verde. Pensaba llamar a Eric Rohmer, que vive donde vive ahora Josetxo, y preguntarle cómo se mira para poder verlo. O quizá es que esta vez no pude verlo precisamente porque se había muerto el fundador de los cines Golem, el que me trajo a Rohmer a Pamplona. Porque se lo ha llevado. A Josetxo Moreno y a sus compinches se les ocurrió plantar unos cines en un erial, al final de la ciudad, donde la avenida de Bayona desembocaba en la nada, que era por donde yo iba al colegio. 1982: ir al cine nunca más fue lo mismo y bien que se lo agradezco.
También se ha muerto Dominique Arnaud, el maestro de los gregarios, a quien tanto siguen agradeciendo Perico Delgado y Miguel Induráin. Dice Carlos Arribas que decía Anastasio Greciano —otro inolvidable gregario de aquel inolvidable Reynolds— que Arnaud era “el único francés majo” que había conocido en su vida. Yo he conocido muchos y con el tiempo me he vuelto más francófilo que anglófilo. Pero la frase es genial y tiene su miga.
Me entero de los tránsitos de Moreno y de Arnaud no en casa ni en las secciones de Cultura y Deportes sino en el sur y en la sección de obituarios, que, tratada como se merece, es siempre la mejor sección del periódico. La primera que leo cada día. Y no por morbo ni por afán de fisgar, que es como se suele rastrear entre las esquelas. Un hermano de mi abuelo jamás salía de la cama por la mañana sin antes de hojear el periódico. “Hoy tampoco estoy (en las esquelas)”, decía en voz alta, y ya tranquilo se levantaba. Las esquelas son primas bastardas de los obituarios. Hay un nexo ineludible entre unas y otros, naturalmente, pero las esquelas suman a su singular recuento social —descartar que se ha muerto uno y confirmar quién se ha muerto de los otros— una vocaciónsobre todo comercial. ¡Que se lo digan si no a los periódicos, que como los tanatorios viven de los muertos!
Pero hablaba de Josetxo Moreno y Dominique Arnaud. Dos jóvenes maduros: apenas 62 y 60 años, respectivamente. ¡Cómo te acercas, muerte!
En el sur leo con estival voracidad ‘Inconsolable’, un ensayo de Javier Gomá que ocupa seis páginas completas de otro diario, esta vez sí en la sección de Cultura. Sin imágenes, puro texto. ¡Hace falta valor periodístico para publicar tamaña grisura en verano! ‘Inconsolable’ es una pieza de teatro, un monólogo para ser preciso, y forma parte del nuevo libro del filósofo, ‘La imagen de tu vida’, que Galaxia Gutenberg publicará en 2017. Desconsolado es como se siente Gomá a los 50 tras fallecer su padre. Como yo también al leer que Josetxo Moreno y Dominique Arnaud, que forman parte de mi mitología, nos han dejado.
“¿Qué es la vida?”, se pregunta el autor, que no duda al referirse al padre: es el último animal mitológico en la vida de uno. Y se responde: “(La vida es) la lenta gestación de un ejemplo póstumo”. Javier Gomá se detiene en el origen etimológico de la palabra “verdad”. En griego, “verdad” se dice “aletheia”, que significa literalmente “no olvido”. El filósofo describe así una cadena, una maravillosa transmisión intergeneracional. Irrumpen por aquí muchas más preguntas: ¿qué tipo de persona fui?, ¿cuál fue mi destino?, ¿cómo seré recordado?, ¿qué imagen dejaré a los míos?… Y se suceden más intuiciones, que son respuesta: “Me doy cuenta de que todavía estoy a tiempo de retocar el cuadro antes de entregarlo, como lo haría un artista (…). Vive de tal manera que tu muerte sea escandalosamente injusta. Y así romperle el aguijón a la muerte, privándole de su tragedia”.
Es curioso: al final, todos hablamos de compasión. En el sur, cruzando de vuelta la España vacía, y ahora ya en el norte, que nos ha recibido medio bien: esto leía y en esto pensaba los últimos días gracias a los periódicos.