Lo que Jordi Évole y Juan Luis Cebrián hicieron el otro domingo en ‘Salvados’ no es hablar porque en realidad no se escuchaban. Uno y otro no se salieron un milímetro de sus posiciones: preguntar-condenando Évole, responder-acusando o responder-mintiendo (dicen) o lo que fuera Cebrián. Al ataque el conductor del programa, a la defensiva el presidente del grupo Prisa, omnipresente estos días por la publicación de sus memorias periodísticas, convenientemente amplificadas. No hubo, ya digo, la más mínima posibilidad de diálogo entre ambos. Tampoco en la audiencia ni después en el vomitorio de las redes, posicionado todo el mundo de inicio, a favor o en contra, según correspondiera, sin resquicios.
Esto es lo que produce Facebook: una generación acrítica y, por tanto, débil. Que sólo escucha y lee lo que quiere escuchar o leer, lo que refuerza sus posiciones predeterminadas. Lo otro no sólo no interesa sino que no llega siquiera a ser procesado. No existe de tanto que nos hemos autoconvencido antes. Hablar es hoy imposible.
El caso de la niña Nadia es lo mismo. ¿Que el error se ha producido al otro lado de la trinchera? Entonces, a degüello. Sin piedad (ni vergüenza). Contra el periodista, contra el periódico. Una y otra vez. Que duela, que duela mucho. Que nadie en nuestra trinchera —de nuevo, con la cobertura de fuego amigo— se quede sin saber que al otro lado sólo hay despojo profesional y que nosotros, en cambio, somos un dechado de virtudes. No importa que hace no tanto cometiéramos un error fotográfico de bulto o que ignoremos ahora una importante investigación sobre el fraude fiscal de deportistas de élite, qué más da incluso si el del otro lado ha reconocido su error y pedido disculpas. La sentencia ha sido dictada antes y todas las piezas del tablero se disponen después en fila para apuntalarla. Los argumentos no valen, sólo cuenta que el otro está al otro lado. Precisamente. Así, desde luego, es imposible hablar.
No queremos hablar porque hablar no es cómodo. Hablar exige. Hablar interpela. Hablar —pero hablar de verdad— cuestiona, provoca dudas, hace pensar. Hablar hace visible al otro, le concede un espacio. Y resulta que es únicamente hablando, es decir escuchando, ‘viendo’ al otro, dándole su lugar, como los medios pueden salir del abismo viral en el que se han desplomado y re-encontrar su función profunda. Re-encontrarse. Sólo se puede hablar desprejuiciadamente.
Con motivo del reciente premio Cervantes a Eduardo Mendoza, Javier Cercas escribió algo atinadísimo y que viene al pelo: “Es todavía mejor escritor de lo que parece. En vez de hacer lo posible por exhibir todo lo que sabe, como suelen hacer los que no saben nada, Mendoza hace todo lo posible por esconderlo. El resultado son unos libros pudorosamente ricos, profundos y perspicaces, siempre transparentes”. Lo leí, y no hago otra cosa que repetírmelo y repetírmelo y repetírmelo: ser yo mismo y dejar que el otro también lo sea. Y desde ahí hablar, darnos una oportunidad real, quizá entendernos.
He decidido incluir todo eso en la carta a los Reyes Magos, apartado periódicos y periodistas. Con mis mejores deseos. Ojalá llegue a tiempo.