Estaba echando una ojeada al diario en el móvil antes de apagar la luz. Ya saben, gratis y con el dedito, haciendo eso que universalmente se llama ya ‘scroll down’ y que no tiene equivalente satisfactorio en español. Es lo bonito del español o del francés, más precisos que el inglés, aunque con menos cintura, y obligados por ello al circulonquio.
Nada esperaba a esas horas. La cascada de noticias venía insípida… Hasta que aparecieron ellos. Eléctricos octogenarios: nostálgicos, cómplices, pícaros. Abrazados. Sentí un chispazo. Algo me decía que esa foto era importante. A pesar de todo, no le di mayor más vueltas y, como muchas noches, me quedé dormido con la luz encendida.
A la mañana siguiente, la edición impresa del diario traía en portada la foto de Robert Redford y Jane Fonda en la Mostra de Venecia. Me sentí muy orgulloso del periódico, de su altura y sensibilidad. La última vez que ambos habían actuado juntos fue hace 38 años, en ‘El jinete eléctrico’, de Sydney Pollack. Ahora, se han reencontrado en ‘Nosotros en la noche’. Redford dijo a la prensa que no quería morirse sin actuar una última vez con Fonda y ésta resumió la película en cuatro palabras: “Nunca es demasiado tarde”.
¿Cuáles son los mejores diarios del mundo?, suelen preguntarme con cierta frecuencia lo mismo amigos que profesionales que atienden congresos periodísticos. Mi respuesta no es nada excitante, y sí de perogrullo: los que leo. Esos son los mejores diarios, claro que sí.
Yo no leo The New York Times, ni The Washington Post, ni The Guardian. Podría hacerlo porque me defiendo en inglés. Pero la verdad es que no los leo, o sólo de Pascuas a Ramos. Muchos menos leo Libération, Le Monde o Die Zeit, y bien que quisiera: no hablo una palabra de francés ni de alemán. No leo La Reppublica de Roma, ni Dagens Nyheter de Estocolmo. Tampoco La Nación de Buenos Aires, El Comercio de Lima, El Tiempo de Bogotá o El Universal de México, y eso que todos ellos están escritos en castellano. Por no leer no leo ni El Correo de Bilbao, ni La Voz de Galicia, ni La Vanguardia de Barcelona. Sólo leo los de diarios mi rincón, y durante quince días de julio, además, Diario de Cádiz, que este año cumplió 150 años.
Mi rincón está ocupado estos meses por una cafetera estropeada que va camino de convertirse en escultura oxidada. Entre tanto, o por si acaso, dejo mis diarios en otro rinconcito más modesto y expuesto, siempre en la cocina, aunque cerca de la puerta, cosa que me inquieta. Allí voy acumulando los mejores diarios del mundo, los míos. Los que leo y me basta. En ellos he encontrado este verano historias como ‘Piedra, pueblo, mito: el paraíso pedido de Iñaki Perurena’, que firmaba en agosto Borja Hermoso, deslumbrante por ritmo y sonoridad, lo mejor sin duda del verano; o como ‘Cioran y Dios, juntos en las librerías’, que anteayer escribía también Hermoso con motivo de la publicación de ‘Lágrimas y santos’, traducido por fin directamente del rumano. Dice Fernando Savater que Cioran era un hombre de honda sensibilidad religiosa, aunque contrariada, y que “nunca le perdonó a Dios que no existiera”. “La creación del mundo no tiene otra explicación que el temor de Dios a la soledad”, escribe en ese libro un ya descreído Cioran. Nunca antes había pensado en la posible fragilidad de Dios.
Me río a carcajadas con Perurena, el levantador de piedras navarro; no me quito de encima la idea de un Dios necesitado, tan diferente al oficial; y me dejo arrullar (¿engañar?) por la magia del cine grande, con esos actorazos capaces de contar cuatro décadas de ausencia en un abrazo cósmico. De todo eso me entero por los periódicos de mi rincón, los mejores, los que me traen la foto más bella del verano, no por The New York Times. ¿Cómo no seguir comprándomelos?