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Periodismo de temporada

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En el sur el verano es invierno. La obviedad no quita que viajar al sur en verano sea una lata. Al volverse el verano invernal, sientes como nunca que la tierra es redonda y que estás caminando cabeza abajo. Hasta el frío pesa más. Pienso: qué loco.

Una vez tuve una ocurrencia que nadie hasta la fecha ha sabido aclararme. Si uno cavara y cavara y cavara, alcanzaría el centro del planeta; y, traspasado el núcleo, si siguiera cavando, saldría por las antípodas con los pies por delante. ¿O no? Vaya ocurrencia hemisférica.

Uno de mis periódicos anuncia casi a los gritos: desde hoy, puede poner gratis aquí sus anuncios de compraventa de automóviles. En internet y en papel. Me entran ganas de ponerme a cavar inmediatamente.

En el sur entro en un diario que acaba de mudarse a un moderno edificio de oficinas. Se les nota contentos. Me conducen al séptimo piso. Es un espacio diáfano donde se disponen ortopédicas filas de mesas y se produce un gris trabajo paralelo. Pregunto a mi acompañante: la redacción, supongo. Pero me aclara: no, esto es el departamento comercial. Subo después a la planta 8, a la 9, a la 10… Paso del área comercial al diario serio, de la de finanzas al popular. Hace rato que no sé dónde estoy ni qué es qué. Sufro —como los diarios— una crisis de personalidad. Desorientado, echo de menos las viejas, inconfundibles y fecundas redacciones de los periódicos.

En Lima, en el congreso de la Sociedad Interamericana de Prensa para diarios populares, el director del peruano Trome salta a la palestra. El listón del pesimismo está por los suelos, pero él va a lo suyo: me gusta lo que hago, estoy agradecido, no hay muchos secretos, sólo vale el talento, siempre me rodeo de gente mejor que yo, y si es posible que sean buenas personas… Es tan raro escuchar nada parecido que me vuelvo a desorientar. Decido seguir mi camino, como él el suyo al frente del diario en lengua española de mayor circulación.

Ayer miércoles leí a Leila Guerriero (‘Irse así’) y hoy jueves salgo de una librería en el corazón del casco antiguo. Salgo con el periódico (¡sí, el periódico!) en la mano. No he acabado aún de leerlo. Lo haré después, como siempre, en la cama. Son las diez, pero la temperatura en la calle es fabulosa. No parece Pamplona. Afuera, ríos de jóvenes, cada cual con sus cosas, como el director de Trome, y todos con una cerveza. Me miran con extrañeza. Yo creo que es el diario. ¡Si supieran que hemos estado dos horas hablando de Dovstoievski y mirando al abismo con Yulia Dobrovólskaya, traductora al español de Svetlana Aleksiévich o Aleksandr Chudakov, entre otros! Pienso otra vez: qué loco.

Mientras algunos pierden el tiempo dándole vueltas a los presuntos nuevos formatos narrativos en periodismo, otros decidimos perderlo en el siglo XIX, en las profundidades de una pequeña librería. ‘Los hermanos Karamazov’ pronostica la revolución y muerte de Rusia, aventura Dobrovólskaya. Por qué se empeñan los medios y sus gurús en buscar fórmulas de empaquetado de temporada es algo que me produce perplejidad. Carlos Echeverry distinguió —también en Lima y con tino— entre diarios del tiempo y diarios de temporada. En Twitter muchos recomendaban hoy leer a Tristan Ferne, de la BBC. Yo creo que el mal del periodismo es esta insana y vacua obsesión por estar a la última.

Muy cerca de la librería hay una panadería que nunca había visto antes. Ayer, de rebote, me llamó la persona que la regenta. Quería unos pósters para promocionar sus cruasanes, sándwiches y tortas de txantxigorri. Hasta ahora los viene haciendo ella misma como buenamente puede. Los pega con cinta adhesiva a unos caballetes y saca estos a la calle. Quiero mejorar un poco, que cuando mires los pósters te entren unas ganas locas de comer el cruasán, me dice. Y yo: ¿cuántos carteles quieres hacer? Y ella: diez, ah, y plastificados, porque me duran más.

Una conocida que me cruzo por casualidad a la salida me dice que la panadera prepara unas tartas para chuparse los dedos. Después de un día decepcionante por cosas, como diría mi abuela, vuelvo a casa convencido de que el de la panadera es el encargo más bonito que va a llegar al estudio este trimestre. Y de que el mejor formato narrativo, diga lo que diga Ferne, es un caballete.


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