A su manera, Miguel Urabayen era un hombre del Renacimiento: mostraba curiosidad por cosas que aparentemente nada tenían que ver entre sí. No es que fuera un sesudo investigador ni un académico ortodoxo. Tampoco lo sabía todo, pero a todo le sacaba punta y, en cuanto te descuidabas, tas, tas, como decía: desbrozaba el terreno, dibujaba en el aire, encontraba el lugar y el momento justos. O el error en el que nadie había reparado antes.
Era también Miguel un hombre de difícil encaje. Un poco como Fernando Pérez Ollo, como Baroja, como su propia familia, los Urabayen, su tío Félix, el novelista, o su padre Leoncio, catedrático y pionero de la geografía humana en Navarra, vaya saga: no revolucionarios, aunque sí de izquierda, republicanos y agnósticos; nada complacientes ni aduladores, al contrario, reservados, pudorosos, más bien secos para el elogio o el abrazo; y tercos como mulas. Como buenos cuencos.
Ninguno de estos rasgos sobra para conocer y entender la trayectoria de Miguel Urabayen, conocido por el público en su faceta de crítico de cine y apasionado de la Segunda Guerra Mundial, aunque no tanto por ser precursor de la enseñanza del diseño y la cultura de la imagen en las facultades españolas de periodismo. No exagero. La Society for News Design le concedió en 2009 el Life Achievement Award, su más importante galardón, “en reconocimiento a su labor divulgadora no sólo de la infografía periodística sino de la imagen como herramienta clave para contar noticias”. De la mano de su padre, el joven Miguel había crecido entre mapas y soberbias revistas ilustradas. Francesas, sobre todo: ‘Science et Monde’ o ‘L’Illustration’. También ‘The Illustrated London News’, británica, su favorita. Ni leer sabía y ya se zambullía en aquellas páginas que lo sacaban de la gris Pamplona de posguerra. Ahí está el germen de la asignatura de prensa comparada, con la que algunos comenzamos a oír hablar de Le Monde o Libération cuarenta años después.
De la línea de tiempo que resume la larga vida infográfica de Miguel Urabayen, destacaría tres fechas. Las presento en estricto orden cronológico porque sé que es como a él le hubiera gustado.
La primera es un día sin precisar de 1970. Iba a decir antes que Miguel Urabayen, que vio y juzgó insobornablemente miles de gráficos, no hizo uno en su vida. Pero no sería exacto, y él no me perdonaría la imprecisión. Hizo uno. Fue ese año y se publicó en este periódico. Miguel pertenecía al grupo impulsor del aeropuerto de Noáin. Tenía el plano del proyecto y en la redacción no disponían de otra cosa. Recurrieron a él. “Dibujé a mano una cosa sencillísima, nada que valiera la pena”, contaba. Encontrar ahora ese gráfico es misión obligada.
La segunda es un día de 1982, cuando apareció por la redacción del diario ‘Tiempo Argentino’, en Buenos Aires. Había sido invitado por Pablo Sirvén, uno de sus ex alumnos en la Universidad de Navarra. Nada más llegar, se puso a ojear el periódico. ¿Quién ha hecho esto?, exclamó de pronto al encontrar un mapa que ocupaba casi una página completa. Gesticulaba de pura admiración. En un rincón, con su caballete, sus plumines y sus hojas de calco, trabajaba Alejandro Malofiej, cartógrafo. Miguel se le acercó admirado, aunque no tardó en señalarle un error: el acorazado ‘New Jersey’ estaba representado en el mapa con la silueta de un crucero. Se hicieron amigos al instante. Después, no volverían a verse, pero sí mantuvieron el contacto por teléfono o correo. Y, sobre todo, Urabayen hizo que el trabajo de aquel desconocido cartógrafo trascendiera y que su nombre calificara algunos años más tarde el congreso y los premios de infografía periodística más importantes del mundo: los Malofiej, que cada año se celebran en Pamplona. Pero los focos se los llevaban siempre otros, más avispados para la fama y el dinero, y eso a Miguel, creo, como al propio Alejandro Malofiej, también de la estirpe de los de mal encaje, le dejó en el fondo una pizca de amargura. “Tengo la sensación de haber llegado tarde siempre a todas partes”, me dijo una vez.
La tercera fecha es el viernes 15 de marzo de 2013. Miguel Urabayen recibió ese día en su casa de la calle Castillo de Maya a Nigel Holmes y a John Grimwade, dos de las leyendas vivas de la infografía mundial. Ambos estaban en Pamplona con motivo de la edición número 21 de los Malofiej. A esas alturas, el viejo profesor ya no bajaba a la universidad. Holmes y Grimwade habían picado algo antes en el Savoy para hacer tiempo. A las tres y media en punto, pues bueno era Miguel con la puntualidad, llamaban al timbre. Quien abrió la puerta no era un hombre acabado sino un niño de 87 años ávido de información. Los hizo pasar. No se entretuvo con preámbulos ni cortesías. Había preparado varios libros y una batería de preguntas, una por volumen. ‘The Outline of History’, de H.G. Wells; ‘The Best of Eagle’, editado por Marcus Morris; un ejemplar de 1966 del Sunday Times Magazine; y ‘Tank, a History of the Armoured Fighting Vehicle’, de Kenneth Macksey y John H. Bachelor. Tenía media hora para sacar el jugo a aquel talento reunido milagrosamente en su domicilio. Y eso sucedió: Miguel volando de mapa en mapa y los dos visitantes británicos mirándolo admirados. Y tratando de pasar el examen con dignidad.
En estos casi cinco años transcurridos desde entonces Urabayen ha escrito algunas decenas de artículos más en Diario de Navarra y ha seguido contribuyendo puntualmente en el anuario Malofiej de infografía, que edita la Society for News Design. La víspera de Nochebuena dejó un mensaje en mi contestador. Con un hilo de voz, me convocaba a su casa para explicarme la idea que tenía para el próximo libro, que presentaremos en marzo. No le contesté, preferí dejar pasar estos días siempre intensos. Dejar pasar es algo que Miguel nunca hubiera hecho.
Post Data
Cuando termino esta entrada, leo que la Universidad de Stanford ha reconstruido por primera vez el enorme mapamundi de otro cartógrafo, Urbano Monte, milanés, que lo realizó en 1587. Es el mapa del mundo más grande del siglo XVI. Nadie lo había visto completo en cuatro siglos. Está compuesto por 60 láminas. Monte dejó instrucciones precisas de cómo componer el rompecabezas. A los expertos les sorprende el acierto con que representa el oeste de América del Norte, un territorio inexplorado en aquel momento. Con Japón, sin embargo, comete graves inexactitudes. Pero a Miguel le hubiera encantado. Sobre todo, por su proyección: el Polo Norte ocupa el centro del mapamundi. Estos puntos de vista sorprendentes, que nos sacan de nuestra zona de confort y nos obligan a mirar las cosas de otra manera, los aplicó magistralmente Richard Edes Harrison en los años cuarenta. Urabayen, que adoraba a Harrison, insistía en esto una y otra vez. La obra de Urbano Monte no acaba ahí: da además testimonio de un momento histórico y de la relación de poderes existente entonces entre las grandes potencias, con la España de Felipe II a la cabeza. Incluye monstruos de toda clase, algo al parecer habitual en la cartografía de la época. No me cabe duda de que Miguel, que no ha alcanzado a leer esta noticia, anda ahora discutiendo con Monte algunos pormenores.
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La foto que encabeza esta entrada la hizo Miguel Ángel Barón en 2016. En ella se ve a Miguel Urabayen en el pasillo de su casa de Pamplona. Vivía literalmente sepultado en libros y revistas.