Las tres pecas de mi mano izquierda son cada vez más visibles. Miro mi mano de viejo. Dice tanto de mí. A su manera, sin palabras, es un periódico. Ahora que oigo hablar a cada rato de visualización de datos y de formatos narrativos innovadores, mi mano izquierda con sus tres pecas es la más sincera crónica visual de una vida. Un gráfico fácil de entender e inigualable por su potencia. Conjuga rigor y alma, como los de Jaime Serra.
Antes de fin de año cumplí 51. (Mi padre, 80 y mi madre, 75). Lo dijo en su momento el calendario de Grassa Toro. También el otro, el de la cocina. El calendario es una sombra que llevo cosida al pie, como las pecas van cosidas a la mano. Me acompaña todos los días. Camina ágil, sin esfuerzo. Como ese hijo o amigo que un día sale a correr contigo: habla y te espera y te anima, mientras tú vas con la lengua fuera. Durante años he buscado la manera de desembarazarme de él, hoy ni lo intento. Si es necesario, hasta lo pespunteo, no vaya a perdérseme. Igual que hace Peter Pan cuando por fin recapacita.
51, sí, y sin embargo me sigo enfadando por las mismas tonterías, no recapacito…
Más o menos cuando cumplía 51, un diseñador de postín —hoy en The New York Times Magazine— explicó algunos de sus proyectos editoriales. En su charla, a la que yo asistía con Cristina, criticó con displicencia el diseño anterior de una publicación que él, naturalmente, había corregido para bien. Resulta que ese diseño ‘anterior’ era nuestro. Y no uno cualquiera sino uno de mis preferidos de siempre. Escuchaba al divo y sus argumentos a posteriori. Cristina, a mi derecha, se moría de risa viéndome gesticular. Criticar en público un proyecto anterior para justificar el de uno es una práctica ventajista, y además casi siempre injusta. Cada proyecto tiene su momento, sus razones. Desde el piso 17 de una rutilante mole acristalada, mientras el diseñador se gustaba, veíamos Londres a nuestros pies. Londres abrochado como una sombra, como mi calendario. Aquel The Independent que habíamos rediseñado en 2011 era un proyecto pletórico. Buscaba una voz propia para el más débil de los diarios británicos de calidad. Quería huir conscientemente de la elegancia y del equilibrio, que para eso ya estaba el Guardian de Mark Porter. Con muchísimo atrevimiento, el conferenciante denostó nuestro proyecto y tuvo el arrojo de decir que el suyo era lo que el diario necesitaba para superar un paréntesis oscuro. El final de The Indepedent lo conocemos todos.
Este mes de enero ha salido a la calle el nuevo Guardian en formato tabloide. Como a casi todo en la vida, a los diarios rediseñados también hay que dejarlos reposar. Deben acomodarse, encontrar su sitio, y desde allí crecer o estancarse o lo que sea. The Guardian ha sido rediseñado tres veces en tres décadas. Los proyectos de David Hillman, en 1988, y de Mark Porter y Simon Esterson, en 2005, están considerados cimas del diseño periodístico. Referencias absolutas por su calidad. Está por ver éste de Alex Breuer, que parte con la desventaja del formato y la sombra de esos dos proyectos anteriores: son sus pecas, su calendario.
The Guardian ha tenido una influencia terrible en el diseño de diarios, tanto impresos como digitales. Terrible tiene dos acepciones. Se dice de algo o de alguien que es ‘terrible’ cuando causa terror, pero también en sentido coloquial cuando es muy grande e intenso. Se lo dije una vez a Porter: “Los diarios no pueden ser todos iguales”. Era en otra conferencia, con otro público. Le acusé entre bromas de ser el culpable de una epidemia homogeinizadora, aburridísima. Él, cartesiano de tomo y lomo, sonrió. Luego, me ha dado la razón e incluso ha reconocido que aquello le hizo pensar mucho.
Yo no sé si el nuevo Guardian es mejor o peor que el anterior. Poco importa si me gusta más o menos. Lo cierto es que todos estamos hablando de él, estudiándolo en cada pliegue. Breuer y Katharine Viner han presentado su Guardian, un Guardian diferente al de Porter y Alan Rusbridger. 2018 en poco se parece a 2005, como 2005 en poco se parecía a 1988, cuando mi mano izquierda aún no tenía pecas. Que el rediseño de un diario impreso, bien que menguante, haya generado conversación es una noticia estupenda. Y es, además, la confirmación de una superioridad: jamás un rediseño digital provocará tantos comentarios.
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Postdata contradictoria. El formato tabloide es en el fondo una terrible renuncia, una maldita premonición. En pequeño, The Guardian ha perdido majestuosidad, aunque esto es no decir nada. Decir algo es que la cabecera me parece desproporcionada. En realidad, a mí me gustaba la de Hillman. La portada es ahora una portadita. Decir algo es que la Guardian Headline me parece menos personal que la Egypt. No le veo la ganancia, al contrario. Decir algo es que el diario, en general, luce más enérgico, aunque también más ruidoso y enredado. Hay bastante de moda en sus guiños y recursos, como si olvidara su maravillosa intemporalidad anterior. Y yo creo que un diario, cosa muy temporal, debe contar siempre intemporalmente las noticias.