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Cuarenta años, diez mil números

Dicen que, como periódico, tiene un millón de defectos. Desde luego, se fuma y se bebe todavía, se hace —o, mejor, se hacía— el amor en los baños, en cualquier parte, la sala de redacción no es galáctica sino que está enredada a las empinadas rampas de un antiguo garaje, no hay pantallas de plasma, las mesas están sepultadas bajo montañas de papel, de repente alguien se ausenta varios meses y no pasa nada, a falta de integración… ¡viva el manga por hombro!… Aunque a mí todo eso no me parece que sean defectos. Ni esos ni muchos otros. Antes al contrario, veo aquí síntomas de una estimulante irreverencia que acaso convendría revisar en el próximo congreso de la WAN-IFRA. Más que nada, por cambiar de temario.

En realidad, Libération no es un diario, así que no hay nada que temer. Se lo parece, pero no lo es. Qué sea Libération, buf, eso daría para todo un congreso entero. ¿Un no-diario? ¿Otro monstruo? Quién sabe. Sí, puede que sea un monstruo. Porque para mí el francés es como el yine: no me entero de la misa la mitad. Así que, desde los primeros ochenta, cuando me lo compraba al bajar a la universidad, he mirado el mundo a través de las páginas de Libé con ojos de mashco-piro, es decir, profundamente asombrado. Admirado, agradecido. Pero esto no interesa en la WAN-IFRA de las tendencias y las fórmulas mágicas.

Al principio como no-lector, después y hasta la fecha como colega, trabajar con Libération desde el rediseño de 2009 ha sido uno de esos raros prodigios que a uno le suceden a veces en la vida y que la marcan a fuego. Hasta el punto de que nada vuelve a ser ya lo mismo. Recuerdo como si fuera ayer la sensación de llegar hace cuatro años a la rue Beránger y sentarme a la misma mesa que Stéphanie Aubert y los demás. O cada vez que cruzo el umbral de la calle y me reciben el espíritu yine de Sartre y July. Song debe de sentir algo parecido cuando salta al campo y se ve en el equipo de Valdés, Piqué, Busquets, Iniesta, Xavi y Messi. Así que a media tarde subo por la rampa hasta la azotea, que se abre al inmenso París, y desde allí veo a tiro de piedra el Centro Pompidou, con Notre Dame justo detrás. Saco un café petrolífero de la máquina y me pellizco para caer en la cuenta de que sí, de que es real, de que soy yo y estoy allí, mirándolo todo. Como los mashco-piro.

No sé cuántas cosas se hacen mal en Libération. Por si acaso, preferiría no tocarlas mucho. No vaya a ser que el día que se mueran los diarios yo me quede sin la mejor portada del mundo.

PD. Libération nació el 18 de abril de 1973, y no en febrero, como se suele apuntar erróneamente. En 2013 cumple, por tanto, 40 años. El pasado 9 de julio alcanzó los 10.000 números. Con ese motivo, ese día la edición regular incluyó no una sino catorce portadas como catorce soles: una por cada una de las apuestas informativas principales. ¡Como si no fiera difícil hacer una portada, va estos locos y se marcan catorce! Además, en septiembre Libé estrena nueva página web y el próximo 14 de septiembre lanza su nueva edición de fin de semana, en la que hemos trabajado junto al equipo que dirige Fabrice Rousselot. En noviembre celebrará por todo lo alto sus cuarenta años con la publicación de un libro-aniversario y diversos actos, entre ellos un concierto. En el link superior se puede ver un vídeo promocional realizado internamente que da cuenta de los diez mil números publicados y establece algunas equivalencias. Por ejemplo, que diez mil números periódicos equivalen a una tonelada de papel, a 80 kilómetros (si los colocáramos uno detrás de otro), a 800.000 títulos, a 450.000 fotos, o a diez billones de caracteres.


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