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Payasos

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En noviembre se murió Miliki y se me quedó una entrada a medio escribir. Imperdonable. Sí, marchó el inolvidable Miliki y con él marchó también el último trocito de ayer, cuando —como diría Iriberri— todavía éramos los de entonces y mañana Dios dirá, diría. Y yo no escribí una línea. Se fue Miliki al país de los ratones chiquitines, en algún lugar y con distinta gente, allí donde se come chocolate y turrón. Y no tuve la decencia de darle las gracias. Yo no le pido a Miliki que me baje una estrella azul, sólo le pido que nos envíe de vez en cuando bolitas de anís para ser esencialmente agradecidos.

Hoy se ha muerto otro payaso en Venezuela y me he acordado de Miliki. Que me perdonen los payasos porque Chávez en realidad no era uno de los suyos sino un bruto militarote metido a visionario y, de paso, un importante caradura y abusador. No me alegro de su muerte. Tampoco se alegraría Miliki, que era un payaso de verdad, y yo a Miliki le doy mucho crédito. Un periódico sirve para ahuyentar la bilis y no echarse al monte, y si no no sirve. O eso creo. Me decía no hace mucho otra persona a la que también le doy mente que en el fondo de la desdicha o del dolor, que viene a ser lo mismo, cuando más duele el vacío, allí se encuentra el fulgor de la existencia. Y que no es masoquista quedarse en ese lugar un buen rato —o lo que haga falta— y contemplar, hasta maravillarse. El mismo Chávez todopoderoso y bravucón ha tenido que visitar forzosamente el fondo porque al fondo le ha llevado un cáncer. Y en el fondo todos somos bastante parejos. Miliki y Chávez. Chávez y yo.

Cuando un amigo mete la pata, lo que toca es darle una colleja cariñosa y echar unas risas —o unos lloros, según sea—, escucharle con oído amplio y quererle mucho. Cuando un amigo la mete bien metida uno no empuja para que se hunda más sino, al contrario, tiende la mano y le ayuda a salir del fango. Y, por ahí, procura comprender. El País la metió hasta el corvejón con la foto que no fue de Chávez, y resulta que también se me quedó a medio terminar otra entrada de este blog medio desvariado. Miliki y El País, con Chávez de testigo. ¿Querrá decir esto algo? El caso es que con la muerte del presidente venezolano me ha venido a la cabeza aquel error incomprensible, y por mucho que procuro comprender no me entra que hasta la fecha no haya habido dimisiones o destituciones en el primer periódico de nuestro país. Un periódico sirve para entender y para reconocer que no se ha entendido, para pedir explicaciones y para darlas, para reclamar dimisiones al poder y para ofrecerlas cuando una supuesta exclusiva te ofusca hasta ese punto. Hay que haber trabajado en un periódico para entender algunas cosas y, sobre todo, que no siempre hay mala uva detrás de un titular. Pero hay casos y casos, cosas y cosas.

El 11 de abril de 2002 se produjo en Caracas un golpe de estado contra Chávez, presidente constitucional. Mi carrera periodística bajo las balas no es nada gloriosa y se limita a aquellos días locos, cuando íbamos del periódico al hotel agachados en el coche, completamente acojonados, mientras sonaban disparos no sé cuánto de cercanos; cuando en la redacción había muchos que lloraban y yo no acababa de entender qué estaba sucediendo. Sólo sé que Chávez me caía mal y que me comporté como un perfecto ‘hooligan’: me alegré de su caída y encontré justificaciones para cada cosa que hacía el gobierno golpista de Pedro Carmona. Veo ahora que veía —y vivía— aquello como un partido de fútbol en zona ultra. Para esto no sirve un periódico.

Se ha muerto Chávez y la noticia me ha ‘cogido’ en otro periódico, en ‘La Nación’ de Buenos Aires, un diario sereno incluso en el enfrentamiento con su Chávez local: Cristina Fernández de Kirchner. La presidenta argentina, que ha salido disparada hacia Venezuela, decretó hace tres semanas la prohibición de que supermercados y grandes superficies en general publiquen anuncios en prensa. A esta prohibición no escrita se han sumado ahora las compañías telefónicas, hasta el punto de que los dos grandes periódicos independientes argentinos van a perder de la noche a la mañana casi un 40% de sus ingresos publicitarios. El objetivo de la imprevisible, demagoga y peligrosa Cristina no es otro que erradicar a los medios libres. No entiende que de esta manera los fortalece hasta hacerlos indestructibles. Ni ella ni Chávez, que en paz descanse, entendieron nunca lo que sí entendió Miliki a la primera: que la vida son dos telediarios y más vale reírse un rato.

Sobre todo esto, un poco inconexamente, andábamos pensando hoy mi payaso y yo.


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