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El rincón de los mejores periódicos del mundo

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Sin darme cuenta ni haberlo meditado antes, resulta que he creado el rincón de los periódicos. Está situado en un extremo de la cocina de casa. Qué curioso: junto a la máquina del café y a la botella de vino, junto a la panera. La luz norte de la calle entra oblicua. Los diarios, la cafetera, la botella y el pan forman un estupendo bodegón.

Todos lo respetan. Antes, si se me ocurría dejar un periódico en la mesa o en cualquier parte, acababa ipso facto en la basura. Ahora nunca sucede tal cosa. Los periódicos sueltos se depositan como por arte de magia en el rincón de la cocina y allí se van acumulando cuando estoy de viaje, no importa los días. La pila de periódicos sin leer es exactamente eso: no una naturaleza muerta sino inmóvil —lo explicaba Alberto Corazón ayer domingo—. El mundo detiene su vértigo a la espera de mi regreso. Cada cosa aguarda en su lugar, muy quieta: un combate, un naufragio, una huida, una estafa, una declaración, un duelo, un milagro… Nada recobra vida hasta yo haberlo leído.

Ante el rincón de los periódicos tengo sensaciones extrañas. Unas veces lo miro con inquietud y hasta con cierto desasosiego porque no sé qué voy a encontrarme, qué historias de desgracia y sufrimiento cargarán esas páginas asoleadas. Otras me abruma porque lleva cuenta precisa de lo no leído y me echa en cara lo por leer. Otras, en fin, lo miro y remiro, y me considero muy afortunado al pensar que tengo un tesoro sólo para mí. No hace tanto tiempo sentía la obligación de leer el periódico cada día, como si sus historias increíbles fueran a caducar. Hoy no tengo prisa ninguna. Disfruto el doble.

Estoy suscrito a dos diarios, uno local y otro nacional. Puedo leerlos por internet cuando viajo. El nacional lo leo siempre; el local —no me preguntéis por qué— ni lo miro. A mi vuelta, busco uno y otro en papel, indefectiblemente. Es un placer encontrar en el rincón la pila ordenada, de más reciente a más antiguo. Allí está siempre, inmóvil. Junto al café, al vino, al pan. Con sus historias, que ahora van a descongelarse y el mundo reanudar su marcha: las 22 fotos de la expedición de Shackleton a la Antártida hace cien años, el enfermo de cáncer que abandona a su familia para morir solo en una tubería de Zaragoza, el amigo invisible de Manresa que regala una panadería a una pareja desahuciada, el caleidoscopio de palabras que han creado Clemente Bernad y Carolina Martínez, la inolvidable presentación en sociedad de Leila Guerriero, a la que desde ya hemos aceptado como de la familia.

Son mis diarios, los mejores del mundo, los que siempre están aquí. El mejor diario del mundo no es The New York Times sino el que uno lee.


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