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La guerra contra las mujeres

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Veo en La noche temática Los ojos de la guerra, un documental que nos acerca a los conflictos armados a través del testimonio, la mirada, las opiniones, los temores y las grabaciones de distintos reporteros de guerra.

En hora y media de cinta recibo una sobredosis de imágenes de bombardeos, trágicas historias locales, historias actuales, osarios, horrores pasados. En la boca, regusto de la polvareda que se levanta en las escenas de las aldeas de Irak. Escucho, leo los labios y mastico con atención de taquígrafa cada palabra de lo que dicen los reporteros, solos frente a la cámara, enmarcados en ese espacio rectangular que limita la pantalla. Francos, como en la intimidad de un confesionario en el que parece que solo te hablan a ti. La aspereza de Reverte, la suavidad de Gervasio, la cercanía de Mikel Ayestarán, la “tozudez navarra”, dicen, de David Beriáin. Los “escucho” con lupa, porque muchos son referentes de periodismo y fotoperiodismo, porque a otros los conocí en los años de facultad.

De todas las historias, me sobrecoge la que cuenta Hernán Zin desde el hospital Panza de RD del Congo. Allí, Denis Mukwege es responsable de la reconstrucción del aparato reproductor de cientos de mujeres que han sido y son sistemáticamente violadas. “En el Congo es tan salvaje lo que se está haciendo, tan brutal… La limpieza étnica y el control de los yacimientos de oro y de coltán pasa por echar a la población civil, y ¿cómo echas a la población civil?, violando a las mujeres, que son la base de la sociedad. Se las viola, se les mete bayonetas, palos, botellas rotas en la vagina para realmente destruir su aparato reproductor”.

Destruir. Zas. Destruir, destruir, destruir. Beriáin habla del “orgasmo de matar”. ¿Existe también el orgasmo de violar, de mutilar? El mental, el que otorga poder absoluto sobre el otro.

Violación como arma de guerra. Lo leí por primera vez allá por 1993, mientras estaba estudiando y en la facultad crecíamos profesionalmente paralelos a la guerra de los Balcanes. Antes había sucedido y después siguió y sigue sucediendo. Lo cuenta de modo extenso Zin en el documental La guerra contra las mujeres: Leila, Florence, Jane, Rahima, Bakira, que ponen cara a Congo, Ruanda, Bosnia…

Lo contaba también recientemente Ander Izagirre en La nadadora entre los tigres, sobre la violencia sexual en Colombia: “La violencia sexual contra las mujeres es una estrategia de guerra. Así lo detalla el informe Colombia: memorias de guerra y dignidad, del Centro Nacional de Memoria Histórica, de 2012. Los combatientes la utilizan para destruir a las mujeres líderes, a las que encabezan movimientos políticos, comunidades indígenas, asociaciones de víctimas (…). También torturan, violan y vejan a las esposas, novias, hijas y otras familiares de los enemigos, porque entienden que es otra manera de castigarlos y humillarlos a ellos.”

Aquí sentada, en estas horas en las que amamanto a mi hijo, me siento redonda, de brazos largos, cálidos, mullidos, henchida de chispa, llena de afluentes, dadora de vida desde el estómago hasta el pecho, hasta las puntas de mis dedos. Por eso, cuando hace rato que han pasado los créditos, parpadean en mi retina todavía los flashes del documental, y en mi bajo vientre los ecos secos que me unen al dolor de unas mujeres de úteros desgarrados torpe y bestialmente por zarpazos metálicos y enhiestos. Esos que se llevan la carne y con ella los cimientos de lo que esa mujer es y de todo lo que sostiene sobre sus hombros.

Leila, una muchacha de edad indeterminada, piel fina pero dientes destrozados, decenas de veces violada desde los quince años durante la guerra en la ex Yugoslavia, cierra la cinta de Zin:
“Ahora te voy a decir por qué tuve hijos”. Se para, inclina la cabeza a un lado, esboza una semi sonrisa como de quien sabe un secreto bonito que tú no sabes. Espera un momento.

“Porque quería traer gente buena a este mundo. Por eso quería tener a mis niños”.

Afirma segura con la barbilla, sonríe de nuevo.

Leila. "La guerra contra las mujeres", de Hernán Zin


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