Cuando uno llega arriba no importa si el día es espléndido y la mirada puede abarcar todo el derredor grandioso (Tourmalet, ayer domingo), o si se ha echado la niebla y entonces dan ganas de abrigarse y bajar rápido porque el lugar se vuelve inhóspito, de repente desaparecen las motos, las caravanas, incluso las vacas con sus cencerros (Aubisque, ayer domingo).
Uno sube a la velocidad del caracol —del caracol del Tourmalet, el de la foto—, y a mucha honra. Y seguiría subiendo así todo el día, la vida entera. En busca. Con la sabia paciencia del caracol del Tourmalet, que se parece a mi hermano Dani. No vi caracoles en Cádiz, aunque sí a Dani, cuya velocidad de crucero es un prodigio en la playa o en la montaña. Dani me ha confesado dos cosas obvias que también me dijo el mar, y ahora el Tourmalet. De puro obvias no las veo: 1) nadie es especial en absoluto; y 2) el secreto de todo este embrollo que es vivir es tan sólo una cierta normalidad. Gestionar las expectativas, entiendo yo. Nada más. Y, claro, saber ver de vez en cuando algunos milagros en esa normalidad. Como el rayo verde. Espero que se me entienda.
El verano viaja en cambio a mil por hora y sin contemplaciones. Se ha llevado por delante al legendario diario comunista italiano L’Unitá, donde escribieron en sus noventa años gentes como Tabucchi o Pasolini. Murió matando, pero murió. Me había encantado el rediseño reciente de Cases. Una pena, descanse en paz. Al menos, regresa en papel Experimenta, la revista española dedicada a las artes gráficas y al diseño, según leo en Cuatrotipos. Volando, ¡ya 30 años!, Robert Álvarez junta hoy en El País a Andrés Jiménez y a José María Margall, integrantes de la selección española de baloncesto que consiguió la medalla de plata en la final de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1984. Veo a los dos cincuentones botando el balón en la foto de Vicens Giménez, leo el articulito adjunto de Iturriaga y lloro unas pocas lágrimas de San Lorenzo. ¿Dónde estás, caracol?
El primer día de mi hija en el diario va ya para tres meses. En efecto, aquel era el primer día del resto de su vida. Quizá le recomiende el ensayo de Víctor Sampedro ‘El cuarto poder en la red. Por un periodismo (de código) libre’, que acaba de salir y tiene muy buena pinta. Dice César Rendueles del libro: “(…) el problema de los periódicos, televisiones y radios tradicionales no es que sean viejos y analógicos, sino su connivencia con las élites económicas y políticas, y su disolución en la industria del entretenimiento los ha convertido en herramientas rotas, inservibles para cumplir su función pública”.
Pensaba en ella, en mi hija, al leer la crítica del filósofo en Babelia. Y en los caracoles. En su velocidad interestelar, que es la única posible para poder mirar el mundo y procurar ser felices.