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Revolución

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Unos diarios los leo de principio a fin, es decir, de adelante hacia atrás, muy ordenadamente; otros, en cambio, los leo de atrás hacia delante, no menos ordenadamente; y aún otros los abro hacia la mitad, y desde allí voy dando brincos un poco por sensaciones. Son todos ellos mis diarios, los del rincón, y sin embargo me comporto con cada uno de manera diferente. Soy uno, dos, tres lectores transfigurados. Cada uno con sus tics y manías. ¿Por qué será así?, me pregunto.

En realidad me gustaría que mis diarios fueran una cremallera (lingüística, tal y como la he aprendido en el juego de las reglas): que pudiera leerlos en sentido descendente —de adelante hacia atrás— y, de rebote, en sentido ascendente —de atrás hacia delante—, y que en cada pasada me dijeran cosas nuevas o que la realidad contada cobrara perfiles diferentes, añadiera sugerencias, propusiera interpretaciones anchas, puede que hasta bifurcaciones o dobles sentidos. Me gustaría que mis diarios me hicieran dudar siempre.

El humorista Joaquín Reyes anda estos días en el rebote, de atrás hacia delante, leyendo a Proust, porque quiere redescubrir cómo se contaban las cosas “antes de que las contáramos a toda hostia”. “Los amigos estamos todos con el puñetero móvil. Dicen que se lo están pasando bien porque lo tuitean, pero no se ríen”, le confesaba ayer a Juan Cruz.

Al parecer, ésta es la revolución que propone Twitter (o Facebook, o cualquier red social) y a la que nos entregamos incautos lectores y diarios porque sí: contar (es un decir) antes que vivir. Es como esos japoneses que no han bajado aún del autobús y ya están fotografiándolo todo compulsivamente sin haberse dignado antes a echar una mirada. Porque lo importante no es estar sino decir que has estado. Que se sepa.

Valiente revolución. Ser el primero en contarlo a como dé lugar, sin reparar en qué cuentas ni cómo. Engrosar a toda costa el contador de seguidores y progresar así en el ránking. Confundir marca y vanidad, pretender ser más que la marca. Vivir pendiente de ‘likes’ y ‘shares’. Construir mensajes con ridículos signos ortográficos y hacer de ello casi una ciencia.

Una escalofriante epidemia de ignorantes conectados, eso es lo que trae la revolución de Twitter, el puñetero móvil.

La revolución pendiente, en la vida como en los medios, es esta otra muy distinta: “Tratar de ver el mundo como lo ve el otro”. No lo digo yo, lo dice el escritor Sergio Ramírez, ex vicepresidente sandinista, ex revolucionario.


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