A pesar de los piropos de Jeremy Leslie en magculture.com, los lectores y militantes de Libération han mostrado su enojo con nuestro rediseño, puesto de largo el pasado día 1 de junio. Demasiado ruido, dicen. ¡Ay!
Qué sabrán ellos, pugna por contestar descontrolado el ego que uno lleva dentro. Algo sabrán… Cuenta Alfredo Relaño que Hugo Sánchez no soportaba a Butragueño porque, a pesar de meter goles como churros, la gente prefería al Buitre. No lo entendía. No lo superó. Claro, dejó el Madrid. A Ronaldo le pasa lo mismo con Messi. Pobres infelices. Más reos para el penal de la vanidad: tener razón, salirnos con la nuestra, sobre todo que nos quieran.
Y he aquí que andamos remendando el proyecto, el de Libération, procurando escuchar y entender qué pasa. Jodidos, pero confiando en esa “bondad de los desconocidos” a la que se refiere la protagonista de ‘Un tranvía llamado deseo’ y que con tanto tino traía a colación Gustavo Martín Garzo el sábado en El País refiriéndose a los escritores. “La palabra humana —decía Flaubert— es como caldera rota en la que tocamos música para que bailen los osos, cuando lo que querríamos es conmover a la estrellas”. Como los escritores, los que apenas nos dedicamos a modelar periódicos suspiramos “desvelados soñando con locas historias que logren conmover a las estrellas”, pero todo lo que conseguimos es “hacer bailar a los osos”. Lo que pasa es que “no podemos vivir sin esos bailes”, vuelve a acertar, ¡y de qué manera!, Martín Garzo; “por eso, sólo nos queda confiar en la bondad de esos desconocidos que son los lectores”, que alguna vez llaman a la puerta. A ver.
Yo no entiendo mucho qué está pasando en general ahí fuera. Aquí mismo. Me abruma también, como a los lectores de Libération, el demasiado ruido. No consigo ver los árboles ni mucho menos el bosque. Y los diarios participando del griterío: no hacen silencio, no me ayudan a separar el grano de la paja. ¡Me gustaría tanto que los diarios fueran de otra manera! ¡Que lucharan a brazo partido por la palabra! En España no sabemos hablar. Somos Hugo Sánchez o Butragueño, Ronaldo o Messi. Conmigo o contra mí. País de vanidosos. Drama terrible: donde unos ven cielo azul radiante, otros grisura y hasta rayos y truenos. Nueva era o apocalipsis. Euforia o abatimiento. ¿Cómo hablar, tan sólo hablar sin partirnos la cara?
‘Tender puentes’ es un programa de producción, creación e investigación impulsado desde 2004 por el Fondo Fotográfico de la Universidad de Navarra, cristalizado ahora en el Museo Universidad de Navarra, recientemente inaugurado. El proyecto propone un diálogo entre la mirada fotográfica actual y la del siglo XIX, el de los albores de la fotografía. Javier Vallhonrat visitó la colección en 2010 y se fijó en dos instantáneas captadas en 1853 por el vizconde Joseph Vigier tras ascender desde Bagneres de Luchon al Portillón de Benasque, a 2.440 metros. Ahí arranca ‘Interacciones’, la sobrecogedora exposición de Vallhonrat que ocupa estas semanas el sótano del edificio de Moneo.
Montaña, altitud y condiciones extremas, ‘Interacciones’ se desarrolla entre 2011 y 2014. Es un monumento a la humildad y al silencio. En “Interacciones” retrocedo cien años y me encuentro al imaginario noruego Kåre Aarset en su cabaña, no lejos de Akureiri, al norte de Islandia. Está escribiendo los haikus de ‘Poemas desde el glaciar’, que son el origen de una serie de 18 fotografías de gran formato de Vallhonrat sobre tormentas de nieve, icebergs y auroras boreales. Entre el asombro y la celebración ante lo inconmensurable, se desliza una palabra que no consigo soltar: eolionimia. El arte de nombrar los vientos.
Nombrar es decir el nombre de las personas o de las cosas, detenerse en lo esencial. No es redundante. Al nombrar puede uno empatizar: identificarse mental y afectivamente con el estado de ánimo del otro. Pues bien, para buscar la bondad de los desconocidos en París, subiría antes con Vallhonrat al macizo de las Maladetas, escucharía todos los vientos, pronunciaría sus nombres. Decidiría ser otra vez nada, como al principio. Y hacer de la nada un periódico. No cualquier periódico sino uno eoliónimo, es decir lleno de viento, que apagara el ruido y sofocara vanidades. Un periódico pequeñito, asombroso y asombrado, que contara las cosas en haikus. Para hablar y entendernos.