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Escrache

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Citaba el otro día a Álex Grijelmo y casi por arte de birlibirloque, casualidad de casualidades, al día siguiente Grijelmo escribía en El País. Firmaba un artículo titulado ‘Escrache de ida y vuelta’, que ejemplifica maravillosamente su pasión por el uso preciso del idioma como herramienta periodística de primera magnitud. Lo hacía, además, con motivo del neologismo más de moda, la palabra de la primavera, la más manoseada por unos y otros, la que tal vez ha cruzado el charco para quedarse definitivamente, puro trending topic lingüístico. Aunque en este mundo twitteriano que nos toca vivir vaya usted a saber de permanencias…

Grijelmo realiza una disección del término escrache verdaderamente asombrosa y muy clarificadora. Pero lo mejor de todo no es la inteligible erudición que el artículo desprende sino su visión periodística y trotamundos del lenguaje. Palabras para unir. O para desunir. Palabras para viajar. O para quedarse en casa. Palabras para conocer. O para ignorar. Y para entender. O para no entender nada, ni falta que hace. Palabras para sugerir. Para decir. O para no decir… “Vemos, pues, que las palabras se entrelazan, se enriquecen, cambian de país. Analizar sus cromosomas tiene algo que ver con conocer la historia de las personas y el lugar de sus conflictos. Siempre hay una palabra sacando su billete en una estación”, concluye.

José María Izquierdo, ex director adjunto de El País y columnista del periódico, acaba de publicar un libro titulado ‘¿Para qué servimos los periodistas?’ (Editorial Catarata). Por cierto que me hace gracia comprobar cómo la escuela de Grassa Toro se amplía… En fin, Izquierdo defiende el periodismo frente al ruido y la furia, dice El País. Gracioso que lo diga él, que no practica precisamente el uso conciliador del lenguaje, que azuza y reaviva las brasas igual que esos otros a los que tanto denuncia. De todas formas, las palabras sólo tienen sentido si ‘dicen’. Lo mismo los diarios. Y, en este sentido, no acabo de estar de acuerdo con el autor. Hace tiempo que pasó el tiempo de tibieza y de periodismo light —arrevistado, lo llamaban algunos—; los diarios sólo sirven si se quitan la careta y desenmascaran, si se sueltan el pelo y remueven la modorra, si se liberan de tantos grilletes y pierden el miedo. Si dicen. Sí, si dicen. Da igual entonces que haya ruido o furia. A lo mejor tiene que haberlos.

Con motivo de su rediseño, en 2009, el diario francés Libération lanzó una campaña promocional de contenido estrictamente periodístico y subversivo: “La información es un combate”, gritó, proclamó, pataleó, reivindicó Libé. Subvertir. Del latín subvertĕre. Trastornar, revolver, destruir, especialmente en lo moral, según la definición de la Real Academia Española. ¿Puede no ser el periodismo subversivo? ¿Cabe un periodismo no subversivo?

Subvertir: llamar a las cosas por su nombre, diría yo. Sí, la información es un combate diario por llamar a las cosas por su nombre. Al ruido, ruido; a la furia, furia; al escrache, escrache. Y conocer así la historia de las personas y el lugar de sus conflictos.


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