Mario es único porque trabaja con la seriedad de un niño que juega, como dijeron una vez Robert Louis Stevenson o Nietzsche. Me lo encuentro ahora con su iWatch —el nuevo reloj de Apple— y, lo que es mejor, usándolo. Se informa con él. Naturalmente, ya ha ampliado su teoría del ciclo informativo: del reloj al diario impreso, pasando por el móvil, la tableta y el ordenador de mesa. Le fascina la propuesta novedosa de The Economist para el iWatch, y de paso me traslada su fascinación: un reloj no para leer sino para escuchar las noticias; es decir, un reloj que es radio. Eureka.
En realidad, Mario se la pasa anticipando, soñando, inventando. Y explicándolo a los cuatro vientos para quien quiera oír. Con una naturalidad y una convicción pasmosas. Mario es un maravilloso contador de historias. No se le agotan nunca: ya van 700 periódicos rediseñados en 120 países, según leo en una entrevista que acaba de publicar el diario argentino La Voz del Interior, también, cómo no, rediseñado por él. Prefiero no hacer cuentas ni sacar la media. Es Supermario. El mejor.
Pero no lo parece. Siempre tiene una palabra amable para ti. Siempre se acuerda de todo. Siempre saca tiempo. La generosidad de Mario es una supergenerosidad. Y su historia una superhistoria. Fue uno de los integrantes del operativo Pedro Pan, que entre 1960 y 1962 llevó de La Habana a Miami a catorce mil niños. Sus padres lo enviaron con 14 años, tres mudas de ropa y 28 días de plazo para volver a Cuba que vencieron, claro. En tres meses aprendió inglés y después se comió y se corrió —literalmente— el mundo. Le admiro por las dos cosas. Ha cumplido 68 años.
A Mario lo conocí en el Poynter Institute en 1989. Era la primera vez que salía al extranjero. En la universidad Juan Antonio Giner había conseguido que se editara un libro suyo en español. Fue nuestro primer manual. Volé a Estados Unidos por él, siguiéndolo, y lo que he hecho después, mejor o peor, se lo debo en buena parte a él. Me enseñó, que es lo que mejor hace porque Mario es un maestro. Guardo en la biblioteca de casa una fotico de 1997: estamos los dos en Japón, sonrientes y embutidos en nuestros kimonos. Allí compartimos un congreso; después, otros. Siempre han sido encuentros breves. Me quedo con el último, en México, hace dos años. Su presentación fue inspiradora, como tantas veces. Luego, sonó una ranchera y las lágrimas le arrasaron. Y a mí con él. Le había venido a la memoria María, su mujer, fallecida. María es inolvidable. Y Supermario, además, humano.
Escribo todo esto porque Nerea me ha pasado la entrevista, que es del lunes pasado, porque la he leído y porque en medio de la marabunta sanferminera caigo en la cuenta de lo importante que es hablar bien de la gente y, sobre todo, procurar dar a cada cual el espacio que merece.