En Jujuy, hermosísimo topónimo argentino, aprendí que hay ocho tipos de maíz (chulpi, pisingallo, negro, tresmesino, morocho, garrapata, amarillo ocho rayas, blanco o diente de caballo, rosado y overo), que las tiendas de regalos se llaman regalerías y que los coches se apunan, es decir: que sufren también del mal de altura.
La cuesta de Lipán, saliendo de Purmamarca, serpentea interminable. Más que cuesta es cuestón, un puertazo, al menos si lo medimos con parámetros europeos. Arriba del todo, a 4.171 metros, se acurruca un baquiano —lugareño— que pasa las horas acurrucado sin hablar con nadie. Sólo escucha silbar el viento. Vende esculturitas de sal y otras bagatelas. Le compro una llama por treinta pesos. No me dice nada.
La puna es un territorio geográfico concreto y además un pequeño agujero negro ambulante, un vacío de oxígeno que se da a cierta altura y que provoca la inmediata fatiga del motor. Una vez dentro, apunado, pisas a fondo el acelerador, pero el auto no responde. Y así transitamos por la ruta unos pocos aventurados, adelantándonos con cara afilada a treinta kilómetros por hora.
Pura lógica física, asegura Yamile. Pero no deja de asombrarme, pobrecito ignorante europeo. Yamile maneja feliz y los demás nos ponemos en sus manos. Nos regala oportunas explicaciones de todo. Dice que se siente bien en esa tierra: “Es mi lugar en el mundo”. Periodista atenta y delicada, culta, de las que escucha: no parece periodista. Es una formidable contadora de historias. (Al regresar a casa pienso que yo también tengo mi lugar en el mundo. Se llama Pamplona y no tiene nada de oclusiva, pese a las malas lenguas. Sonrío).
Pero hay más cosas de este viaje que me ponen contento. Supe que hay o hubo un diario en Jujuy llamado ‘Pregón’ y confirmo que hay otro diario en la Argentina que quisiera incorporar definitivamente a mi rincón. Fue el diario de Tomás Eloy Martínez, es el diario de Jorge Fernández Díaz y de otros, a veces me encuentro en él a Juan Cruz. En este maldito tiempo de ruinas y achique suicida, vuelvo sabiendo que en el mundo es posible un diario majestuoso, uno que nos devuelve el orgullo y la capacidad de creer, el mejor diario escrito en español hoy.
La Nación, en Buenos Aires, representa todo lo que modestamente defiendo y la prueba del algodón de que jamás lo digital superará al gran diario impreso. Antes en el centro y ahora en zona norte, la gente de La Nación se la pasa no acurrucada como el baquiano de Jujuy, aunque sí escuchando silbar el viento: reinventándose. Vigilan al poder, olfatean tendencias, buscan caminos, se enriquecen cada día. Van de ida. No descansa La Nación y, sin embargo, proporciona sosiego. Es un gozo. Espero que el proceso de integración en el que anda inmerso no empobrezca el diario.
En Jujuy, decía, aprendí lo del maíz y lo de los autos que se apunan, y también que todavía existen lugares donde se arreglan máquinas de escribir. No, señor Jarvis, no es la tecnología la que nos hará reinventar el periodismo sino volver al tiempo en el que en los periódicos cada cual hacía lo suyo. Ni más ni menos. El taller, componer las galeradas e imprimir el diario; los periodistas, simplemente, salir a la calle y contar lo que veían. Es la tecnología la que apunó el periodismo.