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Un millón

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The New York Times festeja esta semana que ha rebasado el millón de suscriptores a su edición digital: lo que en la jerga se denomina ‘digital-only subscribers’. A ellos hay que sumar otro millón y pico de suscriptores a la edición impresa que disponen de acceso a las plataformas digitales. El director, Dean Baquet, destaca que la suma de estas dos cifras supone un récord absoluto de suscriptores en los 164 años de historia del diario.

Baquet ha escrito un texto muy significativo para la ocasión. Habla con sincero orgullo de que el corazón de The New York Times sigue latiendo con las noticias (‘news gathering’) y que para acceder a ellas es imprescindible contar con periodistas expertos. Da ejemplos: para atender al Tribunal Supremo y explicar una sentencia histórica sobre el matrimonio homosexual, el Times contó con un jurista graduado en Yale; para cubrir el atentado contra Charlie Hebdo en París, nada menos que con ocho corresponsales que hablan impecable francés; para destapar una historia sobre armas químicas abandonadas en Irak, con un antiguo capitán de los marines; para desentrañar un estudio clave sobre el desequilibrio fiscal, con un analista que antes trabajó en la Reserva Federal…

Naturalmente, The New York Times cuenta con desarrolladores, videorreporteros, infografistas multimedia e innovadores digitales de distinta índole. ¡Y los mejores, por cierto! Son los perfiles que se llevan, al decir de los que gustan de estar a la última. Pero esos nuevos perfiles no explican ni mucho menos la calidad periodística del mejor diario del mundo. No son el ‘core’ de la redacción. El Times dispone, por encima de todo, de una legión inigualable de contadores de historias que saben de lo que hablan porque antes lo han vivido en sus carnes, largos años: militares para hablar de la guerra, médicos para hablar de medicina, economistas para hablar de economía, cartógrafos para elaborar mapas. Baquet revela que su diario cuenta hoy con una plantilla tan grande como la de hace quince años, y que mientras otros medios recortan ellos han decidido ‘desintegrar’ su redacción — es decir, separar la redacción del diario impreso de la redacción digital— e invertir en periodistas caros. Los suscriptores, a la vista está, lo agradecen. Aún más, lo apoyan. Y ya suman ese par de millones.

The New York Times está en todos los lugares, viaja hasta donde los demás no llegan, es testigo de primera mano y se convierte en los ojos y los oídos de sus lectores. Cuenta con treinta oficinas estables en todo el mundo. Sus enviados son capaces de hablar y escribir con fluidez en más de una docena de lenguas extranjeras. Sólo en 2015 se han publicado crónicas desde 150 países distintos, incluidas algunas datadas en la Antártida o en el mar Chukchi, en el Ártico. “En el tiempo de la instantaneidad, creemos más que nunca que estar en los sitios hace de nuestro periodismo algo único, más rico, personal y confiable”, subrayan Joseph Kahn y Alison Mitchell, editores ambos, en otro texto publicado con motivo de la celebración.

Mi abuela mostraba orgullosa el carné de suscriptor de su marido. No recuerdo el número, era uno de los más antiguos. Yo estoy suscrito al mismo diario, uno de los de mi rincón. No somos un millón, sólo unos miles, pero para nuestro diario valemos igualmente un potosí. Lo queremos, estamos orgullosos de él y le recordamos lo mismo que los suscriptores de The New York Times para seguir apoyándolo siempre: no, no es lo mismo estar que no estar, no es lo mismo salir a la calle que hacer periodismo por teléfono o por correo electrónico, no es lo mismo vivirlo que agregar y compartir después a través de las redes, cómodamente. Ahora que nos enteramos de que el mito del garaje era mentira, que Apple no se gestó en uno como tantas veces se dijo, es momento de decir sin complejos que un diario no es ni será nunca una start-up tecnológica, por mucho que se empeñen. Y que contar bien, desde el corazón de los sitios y de las personas, vale siempre mucho más que contar el primero. Por lo menos, un millón.


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