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Esta entrada puede herir su sensibilidad

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Cuando apareció el niño ahogado en la playa de Bodrum hubo diarios que publicaron la fotografía descarnada de Nilufer Demir y otros que optaron por la del policía llevando en brazos el cadáver del niño Aylan, semioculto. A la conmoción por la tragedia humana siguió un acalorado debate periodístico: ¿se debía o no publicar la foto de un niño de tres años muerto, tendido boca abajo en la playa?

Arcadi Espada escribió entonces ‘El lector pixelado’ (El Mundo, 5 de septiembre de 2015, página 15), una columna tan descarnada como la imagen de la polémica. Llamó remilgados y pusilánimes a los diarios que eligieron la versión ‘light’, criticó por extensión el abuso de los píxeles en los medios y concluyó con toda la razón del mundo que la primera función del periodismo es “herir la sensibilidad del lector”.

El Mundo sí publicó la foto de Demir. No así El País. Precisamente en El País Gustavo Martín Garzo escribió ‘El portador compasivo’ (7 de septiembre, página 11). Nada tiene que ver esta columna con la de Espada, aunque me interesa igual, si no más: no se fija en el niño ni en la pusilanimidad de muchos periódicos sino en el policía, que “representa a todos los adultos que, llevando a los niños en sus brazos, tratan de protegerles de los peligros de la vida”. Como el gigante San Cristóbal, añade, que ayudaba a los caminantes a cruzar el río. El niño Aylan, dice el autor, “nos recuerda el cuerpo de esos niños que se quedan dormidos en el sofá de sus casas y que sus padres llevan con cuidado en brazos hasta la cama para que no se despierten”.

El texto de Martín Garzo, como todos los suyos, es bellísimo. Recoge una leyenda judía que dice que en cada época aparecen en la tierra 36 justos. Su misión, aunque ellos no lo saben, es sostener el mundo con la fuerza de su misericordia. Al final de sus vidas, estos justos están literalmente muertos de frío tras haber dado tanto y Dios ha de cobijarles en su regazo durante mil años para devolverles el calor perdido. Abrir un espacio de esperanza incluso en el lugar más siniestro y oscuro: eso es lo que hacía el polícia turco sin saberlo, “como si su gesto contuviera la promesa de una resurrección”. Aylan no despertará jamás, pero la delicadeza compasiva de ese policía hace que el firmante se pregunte: “El hombre lleva siglos asociando la idea del heroísmo a la del sacrificio, la identidad y la muerte, pero… ¿y si el verdadero héroe fuera el que dispone apacible cada mañana para los que ama el pan reciente y el café oloroso del desayuno?”

Hoy, el Parlamento de Cataluña ha aprobado una enloquecida declaración de independencia que incluye el desobedecimiento de la ley y de las instituciones del Estado. En los últimos tres días los editoriales de La Vanguardia, el diario catalán de referencia, han abordado los siguientes temas: los manteros en las calles de Barcelona y las elecciones de Birmania (lunes, 9 de noviembre); las relaciones China-Taiwan y el envejecimiento de la población española (domingo, 8 de noviembre); y Juan José Omella, nuevo arzobispo de Barcelona, y Ramón Llull, el gran inventor, filósofo, poeta y matemático catalán del siglo XIV. La Vanguardia, como es de suponer, no publicó en portada la fotografía de Aylan tendido en la playa.

Yo también creo que la primera obligación de los diarios es herir la sensibilidad de sus lectores. No sucumbir a la tibieza, no ser timoratos. Llamar a las cosas por su nombre, aunque duela o escueza, o aunque te partan la cara por ello. Buscar el pacto y la concordia, sí, como el bueno del editor colombiano Pablo Emilio Mancera, pero sin malditas equidistancias. España, por ejemplo. Juan Cruz escribe del tema descarnadamente: “España es una palabra, un territorio sentimental, en el que caben quienes la digan… e incluso los que se niegan a decirla”. No, este país nuestro no se llama Estado sino España, que no es una palabra franquista ni de la que haya que avergonzarse. Yo me avergüenzo de los que se avergüenzan y de los medios cuando no tienen el valor de cumplir su función. Por ese camino de pusilánime funambulismo se van haciendo más y más prescindibles.


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