Resulta gratificante ver cómo se imprime un trabajo, estar a pie de máquina cuando escupe los pliegos, comprobar cómo se va ajustando hasta que queda perfecto… Siempre me ha gustado. Quizá porque antes de tomar la decisión más importante de la vida —elegir mi profesión o dejar que te elija—, tuve contacto con las planchas, los fotolitos, el papel, la tinta, los clichés de estampación, los troqueles… La primera experiencia profesional siempre marca, deja huella. Además de descubrir el mundo de las imprentas, encontré buenos compañeros, Fidel, Marauri, Ángel, José, José Manuel, Julián, Álvaro, Manolo, José Luis, Javi, Mariví, Verónica… o un jefe exigente, como los de antes. Entonces Argraf era uno de los líderes, ahora es un gigante. Y siguen la estela de don Lucio, Martín y compañía.
En realidad, creo que es el olor a tinta o, más bien, el olor a papel recién impreso lo que me ‘pone’. Revisar una memoria, un folleto, un díptico, un cartel impreso —siempre impreso— para un cliente es parte de nuestra profesión, pero cuando un trabajo es propio la cosa cambia un poco. Más que como a un hijo, se le quiere como a ese sobrino gracioso que nos roba el corazón y nos hace reir con sus papanatas. Y si se trata de la felicidad, Javier bien podía haber dedicado su libro a Iniesta, porque nos hizo inmensamente felices. ¡Menudo mes de julio de 2010! Once días después de desbordar de felicidad, nació mi hija Macarena.
Muchos apreciaréis el olor a tinta, otros igual lo detestáis. Es cuestión de gustos, manías o rarezas. De todas formas, la mayoría estaréis de acuerdo con que ‘El diario o la vida’, que presenta hoy Javier en Pamplona, huele a periodismo. 92.609 palabras, 178 entradas seleccionadas, 694 personas citadas. ¡Enhorabuena, jeque!