Ahora lo he comprendido todo. No importan el trancazo ni esta tos que me trae por la calle de la amargura. Ya sé por qué mi diario se me cae de las manos, o casi.
No es el diseño, ojalá fuera tan sencillo. No. El problema es que mi diario, como muchos otros, ha virado toda su operación a las plataformas digitales y me llega al día siguiente con pinta de newsletter. Esas ediciones impresas que decían que iban a aportar análisis, poso, nuevos ángulos, valor añadido y no sé cuántas cosas más, resulta que apenas son un condensadito liviano de contenidos, un pobre resumen de lo que ya está antes y gratis en la red.
¿Cómo no van a morir los diarios? ¿Cómo no van a sucederse los cierres, algunos o muchos disfrazados de innovación digital a la altura de los tiempos?
A esta industria hipócrita, a sus voceros y adláteres, a sus fríos exégetas, a los escribanos sin riesgo que dan testimonio de lo que ocurre siempre a posteriori, a todos ellos les digo: déjense de caretas. Reconozcan de una vez que nos están robando. A mí y a unos pobres incautos que todavía estamos dispuestos a pagar por la información.
No tengo problema: digital first. Incluso digital only. ¿A que no hay huevos? (Así les va a casi todos). Sólo pido que dejen de atracarme y además de insultarme llamándome viejuno. ¡Regálenme el diario, coño! (Ese diario que sigue sosteniendo sus caretas y sus grandes frases, por cierto). Me lo he ganado, ¿no?
No, no me hablen de ciberperiodismo. No me vengan con que la innovación periodística principal es digital. No cuela. Léanse otra vez el ensayo ‘Manifiesto XXI. Otro periodismo es posible’, de Laurent Beccaria y Patrick de St-Exupéry. Y cobren lo que me cobran a mí, incauta antigualla, a todos esos millones de usuarios únicos que me gustaría saber cuánto valen en realidad. Y después hablamos.