Se murió la ‘home’, dicen los entendidos. Lo dicen también las estadísticas: una gran mayoría de usuarios accede a los medios digitales con su móvil y a través de las redes sociales, es decir, directamente a la nota terminal sin pasar por la ‘home’. Como entrar a la cocina de una casa sin pasar por el recibidor. Una vez hablé de las portadas: un diario sin portada es como un hombre sin rostro y todo eso. Concentrados en la tontería ésa de generación de contenidos, lo que los horteras llaman ‘content marketing’ y yo sólo publicidad sofisticada o con pretensiones, los diarios en la red no se dan cuenta de que van a dejar de ser diarios también en ese entorno. Que se están haciendo el harakiri, ahora en versión digital. Permitiendo que Facebook o cualquiera de los otros gigantes tecnológicos parásitos desplieguen nuestros contenidos en sus plataformas —por rapidez y bla, bla, bla—, nuestras marcas se debilitan, se diluyen, se evaporan. No hay marcas. Y sin marcas no hay periodismo. Porque el periodismo no es individual ni cosa de guerrilleros, sino un amoroso trabajo en equipo, una escuela que cobija y forma, un confiar. ¿En quién podemos confiar sin cabeceras?
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