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Channel: Erreadas
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Papeles

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Marc Vidal es consultor tecnológico, así lo presentaba el periódico. Recientemente, afirmaba en un desayuno de trabajo que vivimos un “momento histórico”: la cuarta revolución industrial. La robotización, la automatización y la disminución o anulación de intermediarios propias de este momento van a hacer del nuestro “un mundo mejor”, dijo. Y añadió: “Cuantas más máquinas rodeen nuestra vida, cuanta más tecnología nos quite tiempo de trabajo, más humanos vamos a ser. En lugar de pensar que nos va a quitar trabajo, lo que tenemos que pensar es que nos dará tiempo para nosotros”.

Me aburren, me indignan los charlatanes que se dedican a largar rollos sabidos con el viento a favor. Esos personajes que apenas hacen balance y repican clichés de manual y congreso antes de meterse al bolsillo unos jugosos cuartos, y que con esas perogrulladas escriben luego libros de autoayuda para empresarios, directivos o profesionales en pánico. Qué lástima que los medios los inviten y organicen con ellos —y con algún banco que pone la guita, no faltaba más— desayunos que ocupan dos, tres o cuatro páginas patrocinadas. Claro que con estos mimbres hacemos los diarios ahora. ¿Cómo podemos aspirar a que nos compren?

Vino poco después el cineasta Roland Joffé. Al escucharle en las antípodas me cambió el humor: “Comunicar tiene que ver con descubrir quién eres y transmitirlo, y descubrir a los demás y comprenderlos”, les dijo a varias decenas de universitarios el director de ‘La misión’ y ‘Los gritos del silencio’. Empatía. ¿Habría en el aula algún directivo de medios escuchándolo?

Ahora, le acaban de dar el Nobel de Literatura a Bob Dylan y otra vez me he cabreado. Los que me quieren me suelen decir que me tomo todo muy a pecho, y que por ahí malgasto demasiada energía. Puede que estén en lo cierto, pero, se pongan como se pongan, para mí Dylan no es un escritor de altura; ni siquiera es un escritor. Y quiero decirlo a pesar de que no se lleve. Sus letras, copiadas en un libro, sin música, sin recitales, no hubieran vendido más allá de unas decenas de ejemplares. Honestamente, tampoco son para tanto. El de Duluth lo intentó de hecho con una novela en los sesenta, ‘Tarántula’. No la he leído, pero la crítica la pone de vuelta y media. No quedará. Argumentan los que han apoyado el fallo que lírica viene de lira y que la literatura hunde sus raíces en la oralidad. Que si Homero y todo eso. Yo, más bien, me río. Hace mil, dos mil, tres mil años todo era oral, o primordialmente oral. Dylan es un músico magnífico, un tipo al que nadie niega un influjo decisivo en la evolución de tantos grupos y géneros. Uno de los más grandes. El Grammy para él, el Príncipe de Asturias de las Artes, cualquier galardón musical de primera: sin problema. Literatura es otra cosa. Como los periódicos, el comité de los Nobel ha pecado de mirada corta. Se ha dejado atrapar por el márketing. Dichoso márketing que todo lo devora.

En el estudio, acabamos de imprimir unas pegatinas nuevas en negro y plata. Dicen: “Facebook y Google son nuestros enemigos” (periodísticos, se entiende). Son una mala tarjeta de presentación si uno quiere conseguir clientes. Qué le vamos a hacer. Otras de color verde que ya tienen un par de años decían: “Que vuelvan el ruido, el humo y las cervezas a la redacción”. Yo estoy orgulloso de esas pegatinas. De lo que significan. Y convencido de que el camino que me interesa es ése. Requerido por un colega, he hecho algo de contabilidad estos días. En 2012 pasé 184 días fuera de casa; en 2013 fueron 128 días; en 2014, 170; en 2015, 108; y en lo que va de 2016, 119. Estos años de vida un poco nómada me han servido, sobre todo, para pensar más bien como Joffé: el único valor de un medio es su gente. Da lo mismo si esa gente amontona papeles, como en un diario donde he trabajado últimamente, o si mantiene la redacción impoluta; si se organizan en torno a una mesa central galáctica o si tienen que andar subiendo y bajando escaleras, o repartidos a la antigua por cuarticos. Es la gente, estúpidos, no la digitalización. La gente es la verdadera revolución pendiente en nuestras redacciones.

PD. Hoy, domingo, no he comprado el periódico por primera vez en mucho tiempo. No he sentido culpa ni tampoco he echado de menos nada. Qué raro.


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