Carrie Fisher sufrió un infarto cuando volaba de Londres a Los Ángeles. Quedó inconsciente. Ya no despertó. Murió cuatro días después. Tenía 60 años, sólo diez más que yo. Su madre, la también actriz Debbie Reynolds, la sobrevivió un día. Estaba organizando el funeral de su hija, se sintió mal repentinamente: embolia. Se apoderó de ella la demasiada tristeza. Tenía 84 años.
“Escribir es defender la soledad en que se está”, dice María Zambrano en ‘Por qué se escribe’. Ahora que los hijos salen de casa (primero Cristina, mañana Javier), mastico este texto de la escritora malagueña. Lo hago resonar en las paredes del estómago. Quiero que se retuerza en el laberinto intestinal, que se exprima y filtre por los capilares. ‘Por qué se escribe’ vio la luz en junio de 1934 en ‘Revista de Occidente’. Fue el primer ensayo de Zambrano, que tenía entonces 29 años. “Hay en el escribir un retener las palabras, como en el hablar hay un soltarlas”, continúa. No, no es lo mismo hablar que escribir.
Cuando murió John Berger, la revista ‘Granta’ publicó un relato inédito del británico titulado ‘Go Ask the Time’. Es la historia de un joven que lo deja todo y se lanza a tumba abierta a buscar el lugar donde nadie muere. La vida es como las palabras (o, mejor, es palabra): la escribimos porque no queremos soltarla. “Lo que pasa es que tú tienes miedo y por eso te aferras al pasado”, me espeta Cristina, que desde que está en Londres anda consciente y fértilmente por los cerros de Úbeda. “Morir es el momento supremo de la vida”, leí este fin de semana no sé dónde. ¡Ay, qué lío!
Me gustaría apresar este momento, no desprenderme de él. No soltarlo nunca. No tengo la menor idea de qué quiero escribir, pero sé que quiero escribirlo. Dije una vez que me gustaría escribir como los ángeles; en el fondo, lo que quería decir es que daría cualquier cosa por saber escribir lo que quiero escribir porque sólo se puede escribir de una, de esa manera. Y vencer con las palabras. “La victoria sólo puede darse allí donde ha sido sufrida la derrota, en las mismas palabras”, anuncia María Zambrano.
Ricardo Pérez ha escrito un libro que se titula ‘La publicidad tiene la palabra’. Es el publicista que en los ochenta concibió spots y eslóganes inolvidables, casi tonadillas: “el que sabe, Saba”, “voy a comer con Don Simón”, “Calvo, claro” o “el Reig de las camas”. Se ganó todos los premios. Hoy, la publicidad le da la espalda. “Los spots de mi época se centraban en lo esencial, no en amar las flores y el campo y poner una marca al final”, protesta Pérez, y yo con él. No se llevan lo esencial ni la claridad. De momento, vamos perdiendo, María.
Recién inaugurada la era Trump, escuché en Madrid a Martin Baron, director de The Washington Post. Sentí sana envidia de un periodismo esencialmente sano. Ni un insulto salió de su boca, tan sólo datos: con ellos —y con la palabra justa, sin cargar tintas, sin ideas preconcebidas— contará su periódico lo que hace o deja de hacer el nuevo presidente estadounidense. Exactamente, al revés que el periodismo español, que primero de todo escribe el titular y después articula una historia que no lo arruine. Dicen que se avecina una nueva edad de oro para el periodismo. Que ya han aumentado las suscripciones a algunos periódicos. Que vuelve el interés por las noticias. Que con Trump nos podemos frotar las manos. Dicen, dicen. Ya veremos.
“Mas las palabras dicen algo. ¿Qué es lo que quiere decir el escritor y para qué quiere decirlo? ¿Para qué y para quién? Quiere decir el secreto, lo que no puede decirse con la voz por ser demasiado verdad; y las grandes verdades no suelen decirse hablando. La verdad de lo que pasa en el secreto seno del tiempo, en el silencio de las vidas, y que no puede decirse. Hay cosas que no pueden decirse, y es cierto. Pero esto que no puede decirse es lo que se tiene que escribir. Descubrir el secreto y comunicarlo son los dos acicates que mueven al escritor”, concluye María Zambrano.
Agradezco a Cristina (y a Alberto) que me hayan compartido este texto mayúsculo que deberían leer en algunas redacciones. En minúsculas, y en secreto, escribo esto porque me gustaría retener a Javier, contarle lo que no he podido decirle. Él se ha desprendido, ya vuela. Viaja con mis palabras.