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Channel: Erreadas
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Boca abajo

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Mirar el mundo de otra manera, desde otro lugar, es un ejercicio muy sano y extremadamente difícil. Es sano porque desentumece las neuronas y es extremadamente difícil porque uno pierde las referencias habituales: es fácil perderse.

Perderse puede ser excitante, pero casi siempre produce vértigo. Y ansiedad. Y miedo. Richard Edes Harrison fue un extraordinario dibujante y cartógrafo —hoy diríamos infografista— que conocimos gracias a Miguel Urabayen y que en los años cuarenta del pasado siglo probó a mirar el mundo de otra manera. Sus mapas en la revista Fortune son legendarios: adoptaba, por ejemplo, el punto de vista de Hitler y de Alemania, que se aprestaban a invadir los Balcanes, y el resultado era un mar Mediterráneo panza arriba, con el sur al norte y el norte al sur. Desorientador. Inquietante. Vertiginoso.

Cuando uno mira uno de los mapas panza arriba de Harrison no acaba de hallarse porque el cartógrafo decidió levantar el piso, y por ahí las coordenadas se fueron a hacer puñetas. No sabemos qué planeta, qué región estamos mirando; ni siquiera si es un mapa real o si pertenece a la geografía imaginaria de una novela fantástica. ¡Cuánto cuesta reconocerse boca abajo, qué monstruoso parece todo! ¿Os habéis mirado a la cara alguna vez boca abajo? Vale la pena. Miraos un buen rato y describid qué veis… Las deformaciones, ya sean por desplazamiento o por exageración, provocan monstruos, que —como ya hemos visto aquí alguna vez— no son sino lo distinto. Lo que no es frecuente o norma común. Y ante lo distinto, desgraciada, normalmente, reaccionamos no procurando entender o, al menos, no acogiendo sino con mirada estrecha, reafirmándonos en lo conocido; es decir, condenando desde el prejuicio. Esto podría explicar tanto destrozo humano.

Después de Harrison, han abundado los ejemplos de cartografías deformadas o exageradas con ánimo expresivo.

Todo este rollo que me acabo de largar tiene mucho que ver con un empeño personal en el que ando metido desde hace meses: tratar de mirar las cosas desde fuera de mí, el mundo de otra manera. Casualmente, estos días pasados he encontrado en la redacción de un diario de Omán —sultanato donde si no lavas el coche te ponen una multa— el calendario de pared que acompaña esta entrada. Está en inglés, pero su punto de vista es árabe o musulmán, que no es lo mismo aunque a veces lo confundamos. Uno mira el calendario y de inmediato cae en la cuenta de que algo no cuadra. Después de mucho mirar, ¡claro!, adviertes que los festivos en rojo no son domingo sino viernes, que los domingos caen como a mitad de cuadrícula y están en negro, y que por ahí toda la organización interna del calendario se desvanece si lo miro con ojos de Pamplona. ¡Me estaba volviendo loco! Me había perdido por completo. Tan sencillo como cambiar una sola coordenada, empezar a contar en viernes, y comprobar con vértigo que se descuajeringan la agenda, los planes, el mundo entero de uno. Y eso es cosa seria para uno de Pamplona, porque en Pamplona solemos tener mirada estrecha.

El calendario. Los monstruos. El punto de vista. Los diarios… Para que cualquier cosa en este mundo —un periódico, el amor— tenga una oportunidad, es requisito imprescindible mirar boca abajo o panza arriba. Y creer en los monstruos.


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