Miguel Urabayen recibió el viernes 15 de marzo, a las tres y media en punto, tal y como habíamos convenido, a Nigel Holmes, el señor de azul, y a John Grimwade, el señor de negro, dos infografistas de leyenda. Holmes y Grimwade andaban por Pamplona con motivo de la 21 Cumbre Mundial de Infografía Malofiej. Antes, probaron los quesos y patés del Savoy, un coqueto restaurantito del Segundo Ensanche pamplonés que queda apenas a dos cuadras de la casa de Miguel. Al Savoy solíamos llevar a nuestras novias universitarias cuando queríamos que la cosa se pusiera romántica. Siempre salía bien.
Miguel ha hecho todos los kilómetros del mundo y ha nadado por lo menos otros tantos, pero ya no está para muchos trotes. Y eso que sigue escribiendo puntual y semanalmente sus críticas de cine para Diario de Navarra. Por si no lo sabíais, es el crítico en activo más antiguo de España. Pero cuando llegan los Malofiej ya no baja a la universidad. Bien que lo siente. Aunque más lo sentimos nosotros: los Malofiej, convertidos hoy en la cita de la infografía periodística más importante del mundo, jamás hubieran llegado a ser lo que son sin la mirada periscópica y el criterio insobornable de Miguel. Por eso, porque ya no se siente con fuerzas para bajar, Holmes y Grimwade insistieron esta vez en cursar la visita.
Y Miguel se puso nervioso. No me lo dijo, pero se le notaba al teléfono. Deseaba y no deseaba la visita. Con toda su alma las dos cosas. Anda mal del oído y se desespera por no hablar fluido inglés: tiene su punto de orgullo Miguel. Me alegro tanto de haber insistido…
Porque, de repente, a las tres y media en punto, entre pilas de libros y revistas, se produjo un fulgor. Stefan Zweig habla de “momento estelares” de la humanidad. Unos son públicos, otros no tanto, y otros asombrosamente anónimos. Éste fue uno de ellos. No por ello menos estelar. Suceden entonces cosas milagrosas difíciles de contar. Álvaro y yo tuvimos el privilegio de contemplarlo. Allí estaban, en un recibidor de otro tiempo, el hombre que más ha amado nunca los mapas y dos de sus más admirados infografistas; un niño de 87 años ávido de información y dos veteranos que representan lo mejor de un género que ha revolucionado los diarios en las últimas décadas. Un mesita con varios tomos encima y media hora justa por delante.
Miguel Urabayen es un tipo reservado, pudoroso, poco dado a los excesos y al halago. Le repelen las muestras de cariño empalagoso. Un cuenco —así nos llaman a los habitantes de la Cuenca de Pamplona— pluscuamperfecto. Con los libros esperando y ellos tres —el niño, el de azul y el de negro— sentados al sofá, aquello tenía pinta de examen. John Grimwade se lo temía, y acertó. Miguel no tenía tiempo para detenerse en la vida personal de sus visitantes. Apenas hizo una breve referencia al talento congregado bajo aquel techo y sacó la metralleta: una pregunta por cada uno de los libros que reposaban en la mesita. Ahora me da rabia no haber apuntado todos los títulos. Rescato ‘The Outline of History’, de H.G. Wells; ‘The Best of Eagle’, editado por Marcus Morris; un ejemplar de 1966 de Sunday Times Magazine; y ‘Tank, A History of the Armoured Fighting Vehicle’, de Kenneth Macksey y John H. Bachelor. Me dejo al menos dos más, uno de ellos catalogado por el propio Miguel como su “biblia”.
El viernes Miguel quería saber. Siempre ha querido saber más. Aquella visita única constituía una oportunidad de oro para bucear en los secretos de algunos de sus más queridos tesoros bibliográficos, los que más relación podían tener con los ilustres Holmes y Grimwade. Y así empleó la media hora, volando, de mapa en mapa, con la Segunda Guerra Mundial al fondo y los dos británicos afincados en Estados Unidos mirándolo perplejos de pura admiración. Tratando de responder dignamente al examen. Imposible.
Antes de marchar, nos hizo pasar a su guarida, que queda detrás de la primera puerta a la derecha, según se entra en el piso, y que en realidad es un despacho antiguo infestado de publicaciones de todo tipo desparramadas por estanterías, el escritorio y el suelo, aunque no desordenadas, porque Miguel sabe dónde deja las cosas, incluso los recortes que esconde debajo de la alfombra.
En la guarida de Urabayen tomamos la foto que preside estas líneas y nos despedimos con rapidez. Salimos al rellano, llamamos al ascensor y aguardamos que subiera hasta el cuarto. Miguel no esperó. Cerró la puerta antes. Aunque nunca me lo dirá ni yo se lo preguntaré, sé que se emocionó.