Se le ocurrió a Ángela: asociar la vigésimo segunda edición de los Malofiej a dos patitos (22), y por ahí indagar y caer en la cuenta de que justo hace 22 años, el 10 de enero de 1992, y ya es casualidad, una tormenta sorprendía a un carguero que cruzaba el Pacífico cargado con 28.800 patos de goma… aunque no exactamente.
La historia es conocida. (Yo no la conocía). La embarcación había zarpado de Hong Kong rumbo a Tacoma, en el estado de Washington, en la costa oeste estadounidense. El temporal se cebó sobre ella a la altura de las islas Aleutianas. Doce contenedores de la empresa china First Years Inc. cayeron por la borda. Uno se abrió y 7.200 envases con animales de goma salieron a flote y formaron una enorme marea de color. No sólo patos amarillos: castores rojos, ranas verdes y tortugas azules. ¡Vaya naufragio! Cada año, por cierto, entre 2.000 y 10.000 contenedores caen al agua en todo el mundo.
Un oceanógrafo y cazador de juguetes náufragos, Curtis Ebbesmeyer, encontró el punto exacto del accidente y pudo estudiar el llamado giro oceánico del Pacífico Norte, entre Japón, Alaska y las propias Aleutianas. Descubrió que un objeto tarda tres años en completar el giro. Al cabo de los años, algunos de estos patos arribaron incluso a las costas británicas y otros aún prosiguen su deriva, lo que ha dado para trazar un mapamundi de corrientes. Y para mostrar cómo y por qué la marea de animalitos fue diseminándose.
Gracias a la imaginación y al olfato de Ángela, la que hace preguntas, la historia de los patitos se convirtió en el reclamo de estos Malofiej 22 que justo han terminado. A Ángela también se le ocurrió el eslogan: ‘Sailing in the Big Data’, que no puede ser más ajustado. Tanta es la información disponible, tantos los datos acumulados, que la navegación en esos océanos inextricables de estadísticas se ha convertido casi en una quimera. En esas aguas procelosas naufragan con frecuencia infografistas y medios, olvidando su función primordial, que no es sino aportar luz. Es preciso, sí, navegar en ese magma implacable y encontrar la corriente justa, la que nos saca del atolladero. Pero eso…
Ángela alertaba del laberinto en su llamado y apuntaba a Malofiej como oportunidad luminosa: ‘Malofiej a la vista’, ha venido avizorando. Nada es casual. Ni que los patos derivaran en bucle o alcanzaran el Atlántico ni que estos días se cumpla el centenario del nacimiento de Octavio Paz. Ni que recién se hayan publicado dos libros imprescindibles de la nueva estrella de la filosofía alemana, un coreano llamado Byung-Chul Han.
Paz fue un incómodo poeta a la vanguardia que, sin embargo, acabó diciendo lo que sigue: “Como ser de deseos, como ser que desea, como ser que fabrica imágenes de su deseo que son un presentir, que son también un recordar, el hombre no es un sujeto de progreso sino de regreso”. El Nobel mexicano, según leo en Babelia, dictó en 1975 seis conferencias nunca publicadas. Una de ellas la dedicó a la relación entre poesía y progreso. “El impulso de regreso es la fuerza de gravedad del amor. La persona amada nos exalta, nos hace salir de nosotros y, simultáneamente, nos hace volver a nosotros. El culto al progreso es la creencia básica del hombre moderno, pero esta subreligión o superstición se opone a una de las tendencias centrales del hombre: el amor, la poesía, la contemplación. El amor y la poesía son experiencias antiproductivas, y han sido y son negaciones del mundo moderno. Hoy, la creencia en el progreso continuo se bambolea. Los poetas pueden ahora ofrecer una respuesta al progreso: el regreso”. Primer arponazo al exhibicionismo vacuo.
Byung-Chul Han (‘La sociedad del cansancio’ y ‘La sociedad de la transparencia’) coincide punto por punto con Octavio Paz en una magnífica entrevista que firma Francesc Arroyo. Analiza el pensador germanocoreano los males de nuestro tiempo y sin pestañear señala el narcisimo: el hombre contemporáneo ya no sufre de ataques virales procedentes del exterior sino que se corroe a sí mismo en busca del éxito. Este recorrido narcisista le aboca a la depresión, consecuencia de rechazar la existencia del otro: “El mundo digital es un camino hacia la depresión porque en el mundo virtual el otro desaparece”. A juicio de Han, que admira como yo la película ‘Melancolía’, de Lars von Trier, la única solución está en el amor, es decir, en aceptar la existencia del otro. “El eros es la consecuencia previa del pensamiento. Es necesario haber sido amigo, amante, para poder pensar. La falta de relación con el otro es la principal causa de depresión. Esto se ve agudizado hoy día por los medios digitales y las redes sociales”, afirma. Y concluye criticando el exceso de transparencia que casi dictatorialmente impera en nuestras sociedades: “La acumulación de información no es capaz de generar verdad”. Segundo y definitivo arponazo..
Octavio Paz y Byung-Chul Han están hablando de desconectarse para empatizar. El regreso para el progreso.
El fenómeno conocido como ‘big data’ responde en buena parte a una moda y la fascinación que provoca casi nunca es clarificadora: a ver quién es el guapo que pone orden entre los 2,5 trillones de bytes que se generan anualmente (datos de 2012, según contaba Ángela en malofiejgraphics.com). Por eso, si algo dejan para el recuerdo estos Malofiej 22 —más allá de las medallas y la inevitable polémica que provoca cierta frustración por no ganarlas— son algunas buenas historias de patos. Historias. La del risueño Alvim encaramado como por ensalmo al Cristo del Pan de Azúcar, en Río. La del impecable e impertérrito Corum, con su rigor de escala humana a prueba de bombas. La de Josemi Benítez y sus superhéroes, con la emoción al fondo de las víctimas del terrorismo. La del funambulista Losowski y su fábrica de ideas, comprometido hasta el final con la ética, y ahora también con un kit para comunicadores en situaciones de emergencia. Naturalmente, la del fino e hilarante Grimwade, que ante la preguntita de marras “what’s next?” se saca de la chistera mucho más que 22 visiones de 22 expertos: otras tantas coñas marineras, ya que andamos de travesía oceánica.
Con ellas, con estas maravillosas historias de patos, conseguimos salir del cascarón. Surcar el Pacífico norte (o el Índico sur, según). Descubrir al otro y, de paso, descubrirnos a nosotros mismos. Navegar por entre el oleaje, encontrar el rastro de los patos y tocar el corazón. De eso trata este maravilloso oficio llamado periodismo que algunos tratan de enterrar.